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Hay un mundo maravilloso más allá del clóset

Victoria Altavista, también conocida como Madame Lú, coordina el Espacio de Diversidad Sexual y Disidencias del Sindicato de Trabajadores Municipales de Olavarría y es la primera en lograrlo a nivel país. Luego de reconocerse como mujer trans llegó a la ciudad para convertirse en una figura política que milita por los derechos de las identidades disidentes. En primera persona, la historia que se convirtió en la contención de incontables mujeres del colectivo trans.

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Por María José García *

7/12/2021

Sobre ella
Victoria Altavista comenzó su transición desde muy pequeña en Recalde, el pueblo donde nació. Fue, desde los inicios, apoyada por su familia. Mirta Varela, su madre, contó: “Al principio, cuando ella decidió caminar las calles como mujer, no fue fácil. Teníamos que entender todo y más en un pueblo. Temíamos, por ejemplo, del qué dirán”.
Sin embargo, siempre se mantuvieron abiertos y empáticos con ella. Entendieron que no era un proceso fácil de transitar y trataron de “acompañarla en lo que más pudimos porque sé, como madre, lo que ellas viven. Ella misma me cuenta y una ve en las noticias las cosas que les suceden a las mujeres trans. Aunque no se hable mucho”, aludió Mirta sobre las discriminaciones y vulneraciones existentes hacia el colectivo trans.
Para la familia de Victoria fue un proceso de aprendizaje mutuo, ya que ambas partes tuvieron que comprenderse. “Ella nos fue entendiendo a nosotros y nosotros a ella, sentimos que era su elección y nosotros debíamos respetarla y cuidarla”, reflexionó su madre. “Ahora la veo más confiada y segura de quién es. Estoy orgullosa de ella porque es humana, solidaria, querible”, agregó.
En cuanto a la militancia de Victoria y su perfil como activista, es preciso decir que comenzó mucho antes de iniciar sus actividades en el Sindicato de Trabajadores Municipales de Olavarría (STMO). Desde pequeña realizó musicales en Recalde que le proporcionaron la experiencia para asumir, ya de adulta, sus presentaciones como Madame Lú, artista reconocida.
Fue a través de sus shows artísticos que logró aparecer en la agenda pública, hacerse conocida entre los olavarrienses y difundir la militancia en pos de la lucha del colectivo trans. Sin embargo, eso “no era suficiente, no bastaba con ponerme la peluca y el maquillaje, sentía que debía hacer algo más”, compartió Victoria. Así surgió la idea de hacer el proyecto del Espacio de Disidencias.

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Lorena Saavedra, colega y amiga cercana, confesó: “este último año fue muy importante para Victoria, no tanto para Madame, que quedó un poco relegada”. Y agregó: “quiero aclarar que yo soy amiga de Victoria. ¿Madame? ¡No la conozco! Me resulta muy gratificante que ahora la gente pueda conocer a la persona que yo conozco, militante, solidaria, defensora de derechos y preocupada por sus compañeras. Nunca baja los brazos, es incansable”. Los logros, sin embargo, “no hubieran sido posibles si tanto una como la otra no fueran de la mano, ella es ambas cosas”.

1- Yo, Victoria

Desde muy chica supe lo que quería, lo que me gustaba. No era confusión ni tampoco una etapa. Era lo que quería ser y lo que actualmente soy. Hace muchos años que resido en Olavarría y, a pesar de todos mis logros, no hay oportunidad en la que mi alma no regrese al pasado. De hecho, volver a Recalde, hoy en día, cuando me toca dar charlas o ver a mi familia, es muy fuerte. Caminar por las calles del pueblo en donde me crié renueva experiencias de una forma vívida. Experiencias que habían quedado en el olvido, ya sea por el paso de los años o por autoprotección. Los recuerdos aparecen, de repente, como si tuvieran materia propia y se desplazan como fantasmas delante de mí. Incluso puedo ver a esa niña encapsulada de presiones sonreír desde lejos y la sinergia de mi cuerpo me obliga a responder: quiero decirle que todo cambió, que logró lo que más anhelaba, que no está sola. Y me lo digo a mí misma. Me digo que es cuestión de paciencia, que ya falta menos.
Lo cierto es que ya desde el jardín supe que la ropa y los accesorios impuestos socialmente al género femenino eran con lo que realmente me identificaba. Y tomar la decisión de aceptarlo implicó una serie de situaciones discriminatorias durante mi trayectoria escolar. Cuando cursé el primario sufrí mucho, por ejemplo, con los deportes. Antes no existía la inclusión que hay ahora. No estaba tan bien visto que una mujer jugara al fútbol o que un varón no quisiera hacerlo. Al fútbol lo padecí mucho porque no quería practicarlo. No me interesaba en absoluto, pero el profesor me obligaba. Cada vez que sucedía esto, sentía que debía hacer algo que no quería pero que, si no lo hacía, las consecuencias serían muy graves. Las mismas que hubiera tenido si en medio del acto escolar del 25 de Mayo decía que no quería ser un vendedor de velas, que no me gustaba, que yo quería ser una dama antigua. Y el nudo ardiente que se instala decidido en la garganta, y que no te permite emitir palabras, no perdía la ocasión de aparecer.
Cuando entré en el secundario las quejas mutaron de forma pero el núcleo seguía siendo el mismo: la intolerancia. Ahora, con la vestimenta. En ese tiempo, las mujeres tenían que ir con guardapolvo suelto, sobre las rodillas. Los varones, sin embargo, podían ir con pantalón y remera. Recuerdo que elegí, para el primer día, una remera de bambula y un collar no muy llamativo. Yo me sentía muy segura esa mañana, hasta el momento en que me crucé con una profesora de inglés. La mujer, sin escrúpulos, tiró el comentario más amable que podría salir de su boca para referirse a mi vestimenta: “Bueno, pero tampoco disfrazados”, dijo en tono burlón. Y la inseguridad me paralizó. Quise salir corriendo y refugiarme en mi casa, con mi mamá. Las mamás son nuestras heroínas y no hay lugar más seguro que los brazos de ellas.

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Debido a estas malas experiencias no fue hasta muchos años después que tomé la decisión de vestir públicamente, por primera vez, con “ropa de mujer”. Recuerdo que el atuendo se conformaba por un pantalón de jean oxford azul clarito y una camisa rosada. Fue para un baile de papi fútbol, en Recalde, en el que iba a estar mi familia y la mayoría del pueblo. La noche era maravillosa, el cielo estaba estrellado y la brisa fresca evitaba sufrir los síntomas del verano. Me vestí en lo de mis amigos y salimos para la cancha. Al llegar, noté cómo mi ropa se tornaba cada vez más húmeda. Transpiraba. Mi pulso se aceleraba en cada paso que avanzaba. Una mezcla de nervios y ansiedad se apoderó de mí. Las preguntas que rebalsaron mi mente tenían que ver con qué diría mi papá, cómo reaccionaría mi hermano y qué estaría diciendo la gente. Claramente mi familia no sabía aún, en ese entonces, lo que me pasaba. Sin embargo, a pesar de las preocupaciones, y ya transcurrida la mitad de la noche, me percaté de que los tratos que fui recibiendo hasta el momento eran sorprendentemente cotidianos, como si nada raro sucediera, y eso me hizo sentir muy aliviada. Al final, la terminé pasando muy bien. Sentí que había ganado ante una de mis mayores inseguridades.
Luego de unos años, aproximadamente en 2010, tomé un trabajo como portera en la escuela primaria. Y un día, mientras limpiaba unas repisas del colegio, encontré el informe de cuando hice mi pasaje por el primario. La curiosidad me venció. Lo abrí y lo primero que apareció fue mis calificaciones. Las pasé de largo, sabía que me había ido muy bien. Me concentré, en cambio, en un texto escrito con birome de tinta rojo intenso y con letra mayúscula, como invitando a leerlo con indignación, que aparecía reiteradamente: “Observación: se junta mucho con las nenas”, decía la amonestación. Cerré la carpeta y sentí que había visto algo horrible. ¿Cuál es la observación preocupante?, me pregunté. ¿Qué hay de malo en lo que hacía? No logré entender. Ese día me quise ir a casa. Lloré muchísimo, no podía creer que eso fuera una queja.

Cuando entré en el secundario las quejas mutaron de forma pero el núcleo seguía siendo el mismo: la intolerancia"

Más adelante, hace unos seis años, visibilizando todo este tema de la discriminación, el delegado de mi pueblo se comunicó conmigo para ofrecerme un puesto de trabajo. Gracias a ello, entré a trabajar en la Delegación Municipal de Recalde. Y durante este periodo me tocó escuchar que muchas personas no querían ser atendidas por “un travesti”, como ellos decían. Eso me provocó muchas inseguridades en cuanto a mi capacidad e incluso pensé en renunciar, aunque finalmente no lo hice. Durante mi trabajo como portera también sufrí discriminación, pero por parte de una maestra. Ella no me quería ahí, decía que yo podía tocar a los nenes o que ellos podían verme y “confundirse”. Siempre usaba esos términos horrendos y estigmatizadores. Esto generó en mí mucho dolor. Comenzó a esparcir este tipo de rumores y a destacar todos mis errores para que me echaran. Pero llegó un momento en el que me cansé, en el que el dolor se esfumó. En cambio, ese sufrimiento se convirtió en una mezcla híbrida entre ira y valentía que me permitió enfrentarla. Tomé el valor de hablarle directamente y aclarar las cosas. Eso la calmó. De a poco, dejó de atacarme y sentí que había ganado una vez más.

2- El proceso de maduración

Los días pasaron y empecé a acumular pequeñas victorias que, poco a poco, forjaron mi carácter y activaron mis ganas de demostrar que allí estaba, que existía, que era una mujer por elección y también una persona que exigiría el respeto que se merecía. A la par de mis musicales como Madame Lú, que me permitieron tantear terreno, inicié la militancia en la política en pos del apoyo al colectivo trans. De repente, surgió la oportunidad de venir a Olavarría. Aquí comencé a merodear en las actividades del Sindicado de Trabajadores Municipales y, un día, en una cena, conocí a Lorena y a María Laura Saavedra. El feeling fue instantáneo y con ellas, al ver que compartíamos muchas ideas en común, fue que hice un proyecto para presentar en el Municipio. Claro que también participaron más personas. La idea era brindar un espacio que apoyara a las personas que estaban transitando problemáticas de género. Sorpresivamente, el proyecto fue aceptado y se creó el Espacio de Diversidad Sexual y Disidencias del Sindicato de Trabajadores Municipales de Olavarría. Y yo fui su coordinadora, me convertí en la primera mujer trans en ocupar un puesto sindical tanto a nivel provincial como nacional. En ese momento sentí cómo mis esfuerzos iban tomando formas cada vez más visibles.

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En la ciudad olavarriense seguí mis shows como Madame Lú y comencé a estar en cumpleaños y eventos. Mi carrera comenzó a expandirse y me sentí, día a día, cada vez más libre. Incluso me llegó la oportunidad de estar en fiestas como Un Aplauso al Asador o el Aniversario de Olavarría, que son eventos anuales y ello me llevó a pensar que, años atrás, todo lo que me estaba pasando habría sido inimaginable. También inicié mi participación en la radio, lo que me abrió muchas posibilidades, porque este medio me llevó a la casa de la gente y me hizo realmente conocida.
Por otro lado, con el espacio en el gremio empecé a acumular mis mejores victorias, porque esta vez fueron colectivas. Empezamos a ofrecer psicólogos, psiquiatras y asesoramiento legal a quienes se encontraban vulnerados. También comenzamos a trabajar con Desarrollo Social, para las compañeras que no tenían los recursos necesarios para tener una vida digna o poder acceder a algo tan básico como las comidas del día. Después nos vinculamos con la Oficina de Empleo para luchar por el cupo laboral trans. Ahora también trabajamos con el Consultorio Inclusivo. Y todo esto jamás lo hubiera conquistado sola. Realmente me sorprende cada día todo el camino que transité, porque jamás hubiera pensado en todos estos logros.
Sin embargo, mi verdadera batalla vencida aún no se había materializado. Esto sucedió aquel día en el que fui a hacer una consulta para mi hormonización. Mientras estaba esperando, se acercó a mí Virginia Piñeiro que, luego de cruzar algunas palabras, me preguntó: “¿querés hacerte el cambio registral? Yo, muy emocionada, asentí sin rodeos. De hecho, ni lo pensé. Ese mismo día me acompañó al Registro Civil y realizamos los trámites. Y una semana después, cuando me llegó la partida de nacimiento, lo que pensé fue que realmente había vuelto a nacer. Es que para mí el nombre de una persona lo es todo, cambiarlo fue renacer en la persona que siempre anhelé ser. Por eso, no podía llamarme de otra manera, debía llamarme Victoria. En cuanto al apellido, al momento de registrarme quise cambiarlo y poner el de mi mamá, que era Varela. Pero mi papá, al escucharme, se negó. “Yo quiero que vos conserves mi apellido”, me dijo. Y eso fue para mí fue fatal. Fatal positivamente. Ellos me aceptaron completamente, pensé, y el corazón me rebosó de alegría.
Cuando me llegó el documento me paralicé. Lloré mucho y no podía creer que ya lo tenía en mis manos. Sentí que ahora sí, que ahora era libre. Que fue una dura batalla por fin había superado. El documento me dio la seguridad de poder caminar por la calle, de dejar atrás la vergüenza o el miedo de mostrarlo y recibir miradas capciosas.

3- Los frutos

Actualmente puedo decir que soy conocida en la ciudad. Cuando camino por la calle la gente me frena para saludarme. Y eso me emociona muchísimo. Cuando una persona me muestra este tipo de afecto, las lágrimas brotan solas, porque no lo puedo creer. Yo soy esa nena que jugaba en su casa, en Recalde, que jamás hubiera imaginado que esto iba a pasar. Soy esa nena que se encerraba en su habitación, ponía todos los peluches como en una especie de escenario y los usaba de público. Y eso hoy se convirtió en realidad. Hoy el público está conformado por personas que me tienen afecto.

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Por el lado de la política, puedo afirmar que nuestro espacio es el único que está trabajando con las disidencias y que realmente se preocupa. Acompañamos a chicas de muchas ciudades y con el equipo nos vemos tirando todas de la misma soga. Porque la salida, indiscutiblemente, es colectiva. Ahora estoy ayudando a que mis compañeras se den cuenta de que no están solas, de que hay un mundo maravilloso más allá del clóset. Estoy concientizando acerca de que la única solución es colectiva, porque realmente hay mucha vulnerabilidad, la discriminación está a flor de piel y hay muchas muertes y desapariciones. Crímenes que no están en los medios masivos. Claramente es repudiable que esto suceda, porque los medios de comunicación no pueden hacer oídos sordos a lo que pasa con nosotras. Y por eso estamos aquí para plantear lo que sucede, que entiendan que existimos y que hay un sistema que nos está vulnerando y que sólo a través de la colectividad puede cambiar.
Yo comprendí que hoy estoy en el lugar que estoy porque siempre procedí con respeto. Entendí que nosotras necesitábamos un espacio que luchara por nuestros derechos, por nuestra salud integral y por nuestra seguridad. Esto es lo que hago. Es mi vocación, soy esto todo el día, todos los días, incluso cuando me voy a casa. Porque de eso se trata, de socorrer y estar disponible en todo momento para quienes necesitan de mi ayuda.

Trabajo realizado en el marco de la cátedra Redacción Periodística II