Entrevistas

Julio Menjovsky, docente, documentalista, fotoperiodista

“La realidad es una construcción donde la fotografía sigue teniendo poder”

La información del mundo le llegó en fotografías y su compromiso con la realidad que lo rodeaba lo plasmó en imágenes. Supo enseñar con pasión y dejar huellas en estudiantes y colegas. Sus imágenes recorrieron el mundo y su mirada crítica se observa en sus fotos y sus actos.

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Fernanda Alvarez - Agencia Comunica

“Una buena imagen es aquella que es apropiada -para algo noble en lo posible- por quienes la ven. Por ejemplo, para no olvidar como en el caso de la Amia”. Quien lo dice es Julio Menajovsky, fotoperiodista, documentalista y docente universitario durante casi 30 años en la Facultad de Ciencias Sociales de la Unicen. Fue, además, el creador y primer director de Argra Escuela y el destino lo llevó a ser también uno de los primeros fotógrafos en llegar al peor escenario que jamás se imaginó: el atentado a la Amia. Allí, sin terminar de entender qué había pasado, capturó con su lente el mayor horror de un ataque terrorista. Recién después de muchos años siente que se está reconciliando con esas fotografías que, según su mirada, no reflejaban lo que él vio y sintió. “Ahora me doy cuenta que aunque no hayan captado la inmensidad de la tragedia, eso le da autenticidad a mis imágenes porque son las fotos de alguien que está perplejo frente a lo que está mirando. Y esa perplejidad es lo único auténtico y palpable que tengo para comunicar”.

Julio Menajovsky es el dueño de retratos que hicieron historia en momentos clave de la Argentina, el que habla y denuncia sin palabras, el que se compromete con las diversas actividades que encara, el compañero sencillo y generoso, el que mantiene ideales y cree en la construcción colectiva, el “profe” que hoy se retira y deja huellas. Un recorrido por su propia historia y aquellas que capturó con su cámara y su mirada crítica de la realidad que lo interpela y a la que cuestionó.

“En mi casa no había cámara, pero había fotografías”, dice. “Y eran objetos preciados, se los guardaba, se los mostraba. Había un vínculo con ese objeto que para mí representaba un misterio enorme, no entendía cómo era posible fijar una imagen que refleje tan fielmente la realidad”.

-¿Cómo se formó y afianzó ese vínculo con la fotografía?
-Es que en la década del 60, en mi adolescencia, se produce un fenómeno con la comunicación: la publicidad se hace más masiva, la actividad política de centros de estudiantes en escuelas secundarias llevaba a la publicación de un diario y a su vez la fotografía se masificó mucho más.

La posibilidad de sacar una fotografía perpetuando momentos significativos para la vida de las personas dejó de ser un privilegio de elites adineradas incluyendo a la clase media, como fue mi caso. Y esto era así para quienes emprendían viajes de turismo (de gran expansión también en esos años) como para eventos de cualquier naturaleza.  Y justamente antes de terminar la secundaria tuve mi oportunidad de conectarme con la fotografía como un oficio del que poco sabía pero que me permitió tener mi primer trabajo. Fue gracias a un amigo que empezó a sacar fotos sociales para una casa de fotografía cuya clientela se nutría de familias de la alta oligarquía de Buenos Aires.Tuve la posibilidad de trabajar en un negocio de mi hermano con un socio. Y luego un amigo empezó a sacar fotos sociales para clientes de la oligarquía de Buenos Aires. Me animé y al poco tiempo eso que veía de lejos y era un misterio se había convertido en una fuente de ingresos.

- En ese momento era una fuente de ingreso para retratar momentos felices. ¿En qué momento sentís que pegás el salto para dejar grabados momentos periodísticos?

-Uno va creciendo en un país donde pasan cosas…Cuando tenía 15 años fue el golpe de Onganía, iba a un colegio donde la política estaba presente y me sumé. En el Cordobazo tenía 18 años y militaba más conscientemente. Hasta ese momento la actividad fotográfica y la militancia estaban disociadas. Pero la configuración del mundo nos llegaba en forma de imágenes. Un breve repaso: el Mayo Francés, la invasión de Checoslovaquia por el Pacto de Varsovia, la masacre de Tlatelolco en México o Vietnam eran eventos que los vivíamos con una intensidad total a través de la fotografías que nos hacían tomar posiciones frente a problemas lejanos pero con un grado de cercanía por lo que nos producían esas fotografías.

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Marcha contra el Punto Final.

-Fuiste un preso político y estuviste exiliado en Francia…

Si, pero no se vincula con la fotografía la circunstancia por la cual fui preso. Fueron 8 años, de los cuales cinco fueron sin condena ni intervención de un juez, porque el estado terrorista consideraba que era un tipo peligroso. Estuve en las cárceles de La Plata, Devoto, el infierno de Sierra Chica, Rawson. Después de la guerra de Malvinas, seguí estando a disposición del Poder Ejecutivo, pero en libertad vigilada hasta que me dieron la libertad definitiva. Me fui a Francia, exiliado, a reencontrarme con mi esposa e hijo. A los dos años volvimos con la familia agrandada con la llegada de nuestro segundo hijo.La decisión de dedicarme al fotoperiodismo surge cuando me di cuenta de que iba a salir vivo de la cárcel, lo cual en esos años era solo una probabilidad estadística y era a lo que me había dedicado antes de caer preso. Llegaba el momento de saber qué iba a ser de mi vida.

En foco

Hay nombres y referentes que quedarán en su formación, como el de Arcella cuando al comienzo de su carrera quiso estudiar cine, porque “transmitía una gran pasión”.

Hay nombres y referentes que quedarán en su formación, como un profesor de apellido Arcella, cuando al comienzo de su carrera quiso estudiar cine y siempre recordó el modo y la pasión que le imprimía a sus clases.

-Sabrás que eso también transmitiste a tus estudiantes. ¿Pero a vos qué te deja la docencia?
No todos los alumnos te hacen devolución de como sos como “profe” pero me siento muy afortunado por haber recibido muchas y sí, también me hablan de lo que yo recibí de ese profesor de Historia del cine, de la pasión. No es algo que yo haya buscado, ni estoy en condiciones de juzgarme, pero debo decirte que dar clase me produce adrenalina. Antes de la clase me siento como el actor que sale a escena. Y como no me preparé para dar clases y mi formación siempre fue muy caótica creo que he sido víctima del síndrome del impostor, esa que te hace pensar que estás en un lugar que no merecés y cada día es como estar a prueba.
-Repasando tu historia y la del país, ¿has tenido que fotografiar momentos en que hubieras preferido no estar?
Hubiera preferido no estar y que no ocurrieran los saqueos del 89 por ejemplo. En la hiperinflación que terminó con el gobierno de Alfonsín, el primero luego de recuperar el Estado de derecho. Para que esas imágenes ocurrieran, muchas cosas debieron desmoronarse antes. La gente que se vio empujada a realizar actos que no hubieran tenido lugar si no fuera por el grado de desesperación al que la llevaron. Y no hay nada que rescatar en ese hecho porque en definitiva es una reacción de salvarse solo, que no construye nada. Que de golpe en mi cámara aparezcan esas imágenes fue de lo que hubiera preferido no fotografiar.

-¿Considerás que la fotografía periodística sigue teniendo un fuerte efecto en las sociedad?

Sí, atravesado por todas los nuevos interrogantes que trae la multiplicación infinita de usuarios de teléfonos que sacan fotos, porque hoy todo el mundo potencialmente puede ser fotógrafo. Es imposible visualizar o seguirle el rastro y hasta responderse siquiera para qué sirven, de dónde vienen y adónde van los millones de fotografía que se toman por día o por horas, mejor dicho, acá y en el mundo, me refiero. Y mucho tendrá que ver el concepto de lo que entendemos por realidad que sigue siendo una construcción donde la fotografía hace la diferencia, casi como en los albores de su nacimiento conservando un fuerte poder instituyente de lo que pasa “verdaderamente”. De ahí la fuerza de vigencia

-Y es la imagen fija la que -aunque le pongamos palabras o música de fondo- sigue denunciando, conmocionando.
Y sí.. Si yo te digo “la foto del presidente” en la quinta de Olivos, ¿qué te nombro? Por la cercanía del suceso no es otra cosa que la foto del cumpleaños de Fabiola. Es más, nombro la prueba de que tal fiesta en verdad sucedió, la prueba que desato el escándalo. Y cuando aparece una foto que muestra esa “mesa judicial” en el Banco Provincia con funcionarios que lamentan no contar con una Gestapo esa fotografía si incorpora como realmente acontecido en el imaginario público. Sin esa foto es difícil hablar de que ese tipo de reuniones existen, las “mesas judiciales” dejan de ser una entelequia, se corporizan y no es lo mismo. Cuando coloquialmente se dice “se juntaron para la foto”, también se le está otorgando poder a la imagen por lo que ésta instituye.

-Decías antes que todos pueden ser fotógrafos. ¿Alcanza con un celular para construir una imagen periodística? ¿Cómo te llevás con las nuevas tecnologías?

Si la fotografía adquiere rasgos de registro “verdadero”, resulta “creíble” en términos periodísticos y lo fotografiado se trata de un sujeto de interés público sin duda esa foto puede ser publicada y de ahí otorgársele carácter fotoperiodístico. Lo que no convierte a un fotógrafo ocasional en fotoperiodista, claramente. Por otro lado, se plantea el problema de la credibilidad ¿si cualquiera puede hacer este tipo de fotos, cuál sería entonces la experticia del profesional? Pero para responder esta parte de tu pregunta, aunque no haya sido formulada, voy a servbirme de una frase de una alumna que resulta un gran hallazgo para encarar esta cuestión: la fotografía digital democratizó la duda, ya que todos pueden sacar una foto y luego “falsearla”, editarla y no dejar rastros del fraude. Con la masificación de la fotografía digital la credibilidad se desplaza a otro lugar, no queda reducido a una fe ciega en el dispositivo técnico. En el sistema analógico también se trucaban o se podían trucar las fotografías, el tema es que no todo el mundo lo tenía en cuenta o la fe construida en torno a que las fotografías no mienten clausuraban su puesta en duda. Lo digital barrió con esa percepción. Y es bueno que sea así.

-¿Qué es una buena foto para Julio Menajovsky?

-Qué pregunta! Te voy a contar lo que les pregunto a mis estudiantes: ¿cuándo empieza y termina el acto fotográfico? ¿Cuando cliqueas? El acto fotográfico empieza cuando agarrás la cámara y la sacás del bolso porque consideras que está pasando que merece una imagen. Entonces el acto fotográfico empieza mucho antes que cuando obturamos el disparador, empieza en la percepción de que hay un tema-sujeto que debe ser registrado. Y eso tiene que ver con la cultura, la emoción, con cierta percepción de lo que puede ser, en el caso de un profesional, una mercancía para la industria de la información. Y cuando llega el momento de apretar el botón, siguen pasando muchas más cosas, algunas controladas por el fotógrafo, otras por quienes participan del suceso y otras al simple y siempre presente azar que terminan incorporándose en la imagen... Y la imagen resultante, que es real, aun no es “una foto” hasta que no se la pone en un circuito de circulación y en un lugar determinado. Una buena imagen es aquella luego de todo este proceso que es apropiada por quienes la ven, por ejemplo no olvidar, como podría ser el caso de Amia. La foto, entiendo, no es para quien la saca, es para quien la ve. Y cuando alguien se la apropia otorgándole un sentido noble, virtuoso en términos de lo que se quiere comunicar, ahí hay buena imagen

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Crisis de Semana Santa. Congreso 1987.

Momentos clave

 -¿Ser uno de los primeros fotógrafos en llegar a la Amia, fue un hallazgo desde lo profesional o un dolor en lo personal?

Yo recién después de muchos años pude reconciliarme con mis imágenes de ese día. Tenía la sensación de que se me habían escapado cosas, porque las fotografías son fracciones de segundo, recortes brutales de lo que ocurre frente a uno. Y yo sentía que las fotografías no reflejaban lo que yo viví y sentí esa mañana. Sin embargo y con el correr de los años esa percepción fue cambiando entre otras cosas por ver el efecto que mis fotos causaban en quienes la veían y las devoluciones que me llegaban.

-Pero pudiste reflejar lo que sucedía en ese momento tan inesperado, caótico…

Imaginate, vi muchos cuerpos sin vida, heridos, bomberos que pasaban, gente gritando y llamando a sus familiares y yo solo con mi cámara sacando fotos. A mí no se me presentó el dilema de si sacaba fotos o me ponía a sacar escombros. Porque ya había mucha gente, demasiada y lo conveniente era despejar el área lo antes posible para que lo que supieran pudieran hacer su labor. Sacaba fotografías, tratando de invadir lo menos posible, pero no lograba abarcar en una imagen la profundidad de esa tragedia. Y ahora me doy cuenta de que eso le da autenticidad a mis imágenes porque son las fotos de alguien que está como estaba yo en ese momento, perplejo frente a lo que está mirando. Y esa perplejidad es lo único auténtico que tengo para comunicar. julioamia

18 de julio de 1994: el horror.

-La exposición del fotógrafo es permanente, son aquellos a los que primero llaman o también insultan en todo acontecimiento público. Cómo impactó el crimen de Jose Luis Cabezas en el mundo del fotoperiodismo?

El crimen de Jose Luis cae en un momento de sumatoria de impunidades en el país (como el crimen de Maria Soledad, Sebastián Bordón) y fue la gota colmó el vaso. Las instituciones justicia, educación, política estaban en crisis. Hasta ese momento el periodismo conservaba cierto prestigio, como entidad independiente del poder. Pedimos juicio y castigo con la frase “No se olviden de cabezas, la impunidad de su crimen sera la condena de Argentina” y la sociedad lo tomó fuertemente.

Habría que pensar si esas movilizaciones no anticiparon las crisis de 2001 y el fin del menemismo y del neoliberalismo en su sentido más profundo. Eso se decidía en reuniones de CD de Argra y el crimen nos hizo presentar una lista para conducir la Asociación de Reporteros Gráficos de la Argentina y tuvimos más de 3 años de lucha intensa hasta lograr que no todos, pero unos cuantos de los partícipes materiales de este crimen tuvieran condena. Hacia adentro, generó que de golpe colectivamente pudimos descubrir el lugar social que ocupábamos.

Somos en la producción periodística los aportantes de la materia prima como la imagen, muchas veces enajenada, porque nunca decidimos el epígrafe, en qué lugar de la página va y ni siquiera elegimos cual ilustra el acontecimiento. Y la fotografía adquiere sentido en la disposición de la página, de manera tal que lo que queremos decir nosotros muchas veces no es lo que el medio dice. De golpe observar que nuestras obras son miradas y lo que pueden producir, y tomar la movilización en nuestras manos, fue un viaje copernicano en relación a nuestra conciencia social del lugar que ocupamos. Hoy el fotógrafo está ubicado en otro lugar. Hasta nació la escuela de fotografía, un proyecto pedagógico que pude fundar en 2005.

-Si tuvieras que recorrer tu archivo, ¿hay alguna foto que elegirías, que te representa porque se la apropiaron, porque le dieron sentido?

Yo hice un trabajo en 1994, en pleno menemismo, con la idea de privatización de la educación pública y el proceso de marginalización masivo en distintos sectores sociales que quedaban fuera del sistema. Y tuve la sensación de que la escuela pública era el último margen para contener a alguien. Con esa idea fui a una escuelita en La Matanza. Retraté a una nena abanderada, que tenía una tristeza en sus ojos…recuerdo el delantal blanco, impoluto, la bandera, y después supe que no estudiaba más. Si me dicen que se quema el archivo y quiero rescatar una, sería ésa.

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