Entrevistas
Especial 40 años del golpe cívico-militar

“La búsqueda sigue siendo constante”

Mariana Tello Weiss es antropóloga e investigadora del Conicet. Hija de Margarita Azize Weiss, asesinada durante la última dictadura, cuenta cómo fue crecer desconociendo su propia historia y las reconstrucciones vivenciales desde su formación y militancia.

 

Margarita Azize Weiss había nacido en Mendoza en octubre de 1950. Era estudiante de Arquitectura pero fue a través del teatro donde encontró la promoción de la acción política comprometida con los sectores populares. Durante los primeros años de los 70 recorrió el norte argentino y descubrió diversas realidades, lo que la llevó a formar parte de Montoneros. Perseguida junto a su marido, Carlos Tello, por la Triple A, decidió irse a vivir a Tucumán. El 12 de julio de 1976 la calle Piedras al 700 mostró un movimiento poco usual pero común para lo que serían los años de dictadura. Ese mediodía Margarita llegó a su casa junto a su hija Mariana de 9 meses y un compañero de militancia, Carlos Aguirre. Allí los estaban esperando alrededor de 50 oficiales del Ejército y la Policía. Solo llegó a proteger a su hija de las ráfagas de ametralladora que terminarían con su vida. La pequeña fue apropiada por una pareja de oficiales. Los cuerpos de Margarita y Aguirre serían enterrados en una fosa común. A la noche, al acercarse a su casa, Carlos Tello entendió lo que pasaba y pudo sortear el operativo. A los meses, Mariana sería restituida a sus abuelos maternos en la provincia de Jujuy. En noviembre de 2011 participó como testigo en el juicio al policía tucumano Roberto “El Tuerto” Albornoz por los crímenes de su madre Margarita Azize Weiss y Carlos Aguirre. La sentencia fue de reclusión perpetua pero con prisión domiciliaria. Actualmente Mariana es integrante del Centro de Memoria Popular “La Perla” de Córdoba. Una leve comprensión durante la niñez, reencontrarse con su padre en democracia y crecer a través del estudio, investigación y militancia le posibilitaron acercarse a una historia que aún está reconstruyendo.

¿Cómo viviste y afrontaste tu participación en el juicio al represor Roberto Albornoz?

Soy militante de HIJOS desde 1996. Que se llegara a juzgar a alguien nuevamente después de las leyes de impunidad era del orden de la utopía. Nosotros nacimos como organización y yo me incorpore en un contexto de impunidad total, con lo cual el reanudamiento de los juicios, personalmente y como organización, lo vivimos como una conquista política. Pero sobre todo como una restitución de la dignidad porque lo que hace la impunidad es empujar a las víctimas a lidiar solitariamente con el tema de la responsabilidad, a tener que lidiar con el “algo habrán hecho” que culpabiliza a las propias víctimas. Es un lugar de incomprensión muy grande, desde los círculos sociales más pequeños hasta los más grandes.  Los juicios no fueron un hecho individual ni modificó mi situación como víctima sino que obligó a pensar colectivamente en la responsabilidad. Eso es algo insoslayable y que no cambiará bajo ningún punto de vista por más que ahora este la cuestión de negar la cantidad de desaparecidos que está documentado sobradamente desde hace años con mucha acumulación de pruebas. El negacionismo no va a tener lugar después de todo lo que significaron estos juicios.

En relación a mi propio caso, siempre pregunte, siempre investigue, pero no con tanto énfasis como en otros casos porque es difícil para uno mismo. Y tuvo que ver con la pregunta de la hija de Juan Carlos Aguirre que se contactó conmigo y me pregunto acerca de lo que sabía: yo no conocía nada de cómo había muerto su papá, antes del juicio había muy pocos datos, lo que sabíamos era que sus cadáveres aparecieron juntos pero no mucho más. Ella tenía una situación familiar de bastante más silencio que en la mía, entonces entre su pregunta y lo que yo sabía fuimos armando el panorama de lo que había pasado. Liana, la hija de Juan Carlos, es jueza entonces lo encaro por ese lado, hablo con la fiscalía y motorizo el comienzo. A mí me llamaron un mes antes y me dijeron “esto va a ser en un mes y vos sos testigo”. Fue muy rápido porque era un juicio por dos víctimas. Fue muy importante, además, porque fue un juicio por un supuesto “enfrentamiento”. En los diarios contaban el hecho a lo “Kill Bill” como si mi madre hubiera sido una terrorista peligrosísima que saltó con una ametralladora, dijeron que había minas anti-personas dentro de mi casa… Esto encajaba perfectamente en el “algo habrán hecho”. Lo bueno del juicio, además de ser en un lugar como Tucumán, es que terminó esclareciendo que la mayor parte de esos “enfrentamientos” no eran tales. Terminaron apareciendo testigos oculares del hecho que contaron que vieron alrededor de 50 personas disparándole a una mujer con un bebe en los brazos, que era yo. Una mujer que no tenía arma y que alcanzó a gritar “No tiren”. Y en ese sentido sentó un precedente y abrió la discusión sobre la legitimidad de la ley para juzgar estos casos más allá del sentido común.

El juicio tuvo un solo imputado, todos los demás estaban enfermos o muertos. Bussi, por ejemplo, murió durante el juicio. Creo que el juicio, además de lo que me aportó personalmente, posibilitó un orden en las vidas de las personas y las familias. Alivia ser escuchada por el Estado y que esas responsabilidades queden claras para todo el mundo. Ayuda al sentido de la historia y al sentido de que tipo de democracia queremos tener. Para mí tiene un plano personal haber estado y contar con el privilegio de tener un juicio por mi mamá. Tiene un plano colectivo también de restitución de esa dignidad para mí, para mis compañeros, para los compañeros de mis viejos que fueron tan injustamente asesinados, torturados, secuestrados. Es un daño infinito el que se hizo.

¿Cómo se fue dando o fuiste elaborando la construcción de tu historia personal y la de tu madre?

Durante años viví con mis abuelos. Mi papá estuvo en la clandestinidad hasta el 84 escondido en Tucumán. Mientras hubo dictadura e incluso después no hubo chance de hablar porque era riesgoso. A mí no me contaban y yo no preguntaba. Obviamente saltaba a la vista que no era la situación más normal del mundo para mí y para el resto de mi entorno. No era fácil: nos vigilaban, mi casa estaba pegada al barrio militar, yo iba a la Escuela Pedro Eugenio Aramburu donde iban los hijos de los militares y las maestras eran sus mujeres. Escuela de la cual mi abuela era también maestra. Una cosa muy bizarra.

Durante ese tiempo no pregunte pero cuando volvió la democracia empecé a preguntar y bueno, mis abuelos me contaron una versión que fuera fácil de asimilar para una niña de 8 años, una cosa dolorosa pero edulcorada para que yo pudiera escucharla. Mientras tanto mi mamá se había muerto en un accidente, para mí y para el mundo. Y ahí yo empecé a preguntar más por mi papá. Al tiempo apareció, pudo aparecer con muchísimos recaudos porque le duró mucho tiempo el miedo a que lo mataran. Cuando me encontré con él pude empezar a preguntar más en detalle algunas cosas. Es una búsqueda que no se termina porque me sigo enterando de cosas y hay otras de las cuales no me voy a enterar nunca, por ejemplo yo estuve secuestrada 3 meses: con quién estuve en ese tiempo, si estuve enferma, si estuve en un hospital… son cosas que quizás nunca sepa. La búsqueda sigue siendo constante.

Y en tu etapa de adolescencia y camino hacia la adultez, ¿Cómo viviste y afrontaste esa transición?

El secundario, por ejemplo, fue terrible porque Jujuy es muy chico. Y muy particular. Entonces todo lo que se sale de lo estándar lo pasa bastante mal. Pero fue un momento muy importante para mí porque fue el momento de tomar ciertas posiciones en relación a mi historia. Tenía muy buenos amigos también que me ayudaron durante esa etapa. Yo hice la licenciatura en Antropología, y maestría y doctorado en Antropología Social. Hubo un hecho fortuito en ello porque conocí a la que fue la persona que me formó, una antropóloga que admiro muchísimo y fue crucial en mi formación: Ludmila da Silva Catela. Ella estaba investigando sobre Jujuy pero en Córdoba, acababa de llegar de Brasil, nos conocimos en una reunión y me invitó a participar de su trabajo de campo. El viaje para hacer trabajo de campo en Jujuy a investigar sobre represión no era algo que estaba previsto. Yo tenía esa inquietud, militaba en HIJOS hacía tiempo, pero no tenía el plan de investigar. Después no supe si iba a poder porque implicaba un esfuerzo psíquico y emocional, no estaba muy segura de que pudiera realizar la investigación, finalmente me re enganche, me encanto y sigo trabajando sobre eso hasta el día de hoy.

¿Qué crees que resta por trabajar en lo que respecta a Memoria, Verdad y Justicia en Córdoba?

Primero restan las cosas que son perentorias que son encontrar los cuerpos. En Córdoba tenemos una situación terrible: el grueso de los restos, entre ellos los de “La Perla”, no han sido encontrados. El año pasado lograron identificar cuatro personas exhumadas de los campos aledaños donde se supone que están todas las personas que estuvieron en “La Perla”. Se ha muerto la mayor parte de los padres y madres de esas personas sin haber podido sepultar a sus hijos. Quedan sus hermanos e hijos que siguen siendo todos los días privados de esa posibilidad. Lo mismo pasa con los chicos que fueron apropiados, hasta que no se encuentre al último o hasta que no se entierre al último desaparecido esta tarea no va a estar terminada. Cada una de esas personas sigue siendo un dolor para sus seres queridos.

También resta la responsabilidad empresarial, eclesiástica y civil. Ya hemos visto las grandes resistencias que tienen este tipo de investigaciones porque justamente son los que se siguen perpetuando en algunos poderes. Hay responsabilidades civiles que siguen intactas y que ofrecen mucha resistencia. Pero creo que con la complicidad civil, y esto es una opinión personal, uno no se puede plantear la misma estrategia penal que con los autores mediatos e inmediatos dentro de la estructura militar. Nos resta mucho por reflexionar e investigar sobre cosas que se han hecho en otros países en relación a este tipo de responsabilidades porque a veces se ha querido aplicar automáticamente el mismo tipo de penas y obviamente hay falta de meritos, porque no se trata de los mismos delitos. Hay cosas que están siendo estudiadas en profundidad pero que, como todos los procesos, tienen un auge y luego empiezan a declinar. Y más en este contexto que no parece ser muy favorable.

Después hay un trabajo mucho más a largo plazo que es el de seguir lidiando esta historia con los problemas y las violaciones a los derechos humanos que todos los días se suceden. Creo que esa es la cuestión fundamental, la construcción diaria de una cultura democrática que respete a los derechos humanos porque siguen sucediendo violaciones, no con la sistematicidad que tuvieron en la dictadura pero el esquema sigue siendo el mismo, de un estado de excepción en el que hay ciertas personas que por su condición de clase o de género o de opción sexual parecen tener menos derechos que el resto. Y ese es un esquema muy instalado en nuestra sociedad. Creo que es un trabajo inagotable porque siempre existe el riesgo de pensar que hay seres humanos que tienen menos derechos, no se va a agotar en solamente tratar las cuestiones que tienen que ver con la dictadura./AC-FACSO