Notas

Entrevista con Martín Giménez, autor del nuevo libro “Héctor Larrea, una vida en la radio”

Las mil vidas del hombre parlante

La radio cumplió cien años. Y Hector Larrea se merecía un libro. El locutor que es parte de la historia del medio, con experiencias únicas narradas por quien lo admira.

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Sebastián Benedetti (*)

Héctor Larrea. En muchos oídos –oídos desparramados por toda la geografía argentina- ese nombre es igual a un sonido. No es que tenga un sonido. Es un sonido. Para varias generaciones fue el murmullo desde la radio, una compañía, el bastoneo entre las risas escandalosas de Rina Morán y Beba Vignola. El piloto de un Rapidísimo que comandó durante 34 años en varias emisoras de la era pre digital, y que dejó su sello en Rivadavia. Héctor Larrea, que en pocos días -el 30 de octubre- llegará a los 82 años, fue con su timbre de voz único y aún intacto, uno más en la familia de muchos.
Y aun con ocho décadas al hombro, créase o no, sigue siendo Hetítor.
En la otra mano, el presente: en una era audiovisual galopante y de cambios abismales, Larrea se mantiene vigente a través de Radio Nacional, que se convirtió en su casa desde 2004. Las nuevas generaciones quizá no tengan idea de quién es él. Alejado de la TV desde hace 17 años, puede hoy caminar como un desconocido por la calle. Y sabemos que eso, para él, es un lujo. Lo disfruta. Con su sombrero panamá, mantiene estoica su fina estampa tanguera, su cierto anacronismo y un estilo radiofónico inoxidable: el de un maestro del tempo.
Esos trazos inevitables para poner al protagonista en el escenario son solo el pie para decir que este hombre llamado Héctor Larrea tiene su libro. Y el autor de esa obra es alguien que tiene la mitad de su edad, pero una misma pasión por el medio. Martin Giménez es director artístico de Radio Nacional desde 2008, justamente el año en que conoció a Larrea. Laboralmente, claro. El primer contacto con él fue mucho antes, y mucho más profundo.

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“Yo nací en marzo de 1980, y mi papá desapareció en agosto del mismo año -cuenta Giménez-. Y había una ley fundamental en casa: la luz y la radio siempre encendidas. Era algo que hacía mi mamá para combatir su soledad, obviamente. Y una de las voces que entraban en mi casa era la de Héctor Larrea. De esa manera me acompaña desde siempre. La radio en general está presente en mi vida desde mi infancia. Al igual que Héctor, él perdió a su papá a los 10 años y su mamá entró en un luto profundo. Y él vio a su madre volver a sonreír escuchando la radio”. Lo que entraba en la casa de Larrea en su infancia en Bragado era El Relámpago, donde Pedrito Quartucci desplegaba su personaje “Max, el reporter”. Justamente, a partir de 1950, a ese programa lo animaría uno sus ídolos, Cacho Fontana. Su otro faro fue Antonio Carrizo. Y con esos nombres, se armó la delantera.
Quizá del eco fugaz de aquel relámpago surgió “Rapidísimo”, el nombre para el programa que condujo durante décadas y que se transformó en su sello. Un título que apareció bien temprano, cuando en 1969 consiguió su espacio en la potente Radio El Mundo. Quería dos horas, le dieron una. “Bueno, entonces hagamos todo rapidísimo”, dijo. Y así fue. Pasados cuarenta años de radio, tele, éxitos y tropezones –debutó en TV en 1967, hizo programas con ratings altísimo como “Seis para triunfar”, en Canal 9- empezó su última etapa en Nacional en 2004. “Con Héctor generamos un vínculo importante. Creo que a él lo que más le ‘sedujo’ fue la diferencia de edad y mi fanatismo. Yo nunca me hice esa pregunta que se hacen muchos chicos sobre qué ser cuando son grandes. Yo siempre supe que lo mío era la radio. Y estos últimos años, para escaparme de la rutina burocrática de la gerencia, bajaba al estudio y hablábamos de radio; o cuando tenía que ir a alguna entrevista o a algún premio lo llevaba yo (era como un conductor del conductor) y en esas charlas en el auto me iba contando cosas, y yo pensaba “acá hay un libro”. Héctor te cuenta anécdotas como quien dice que se comió un asado con los amigos, pero te está contando que le dio la mano a Perón, que Alfonsín lo llamaba para preguntarle cómo hacía para estar tan flaco, que vio a Sandro debutar en Canal 9… atravesó gran parte de la historia de la radio (que este año cumplió 100 años), y es muy tentador pensar que él es el emblema, por vigencia, por permanencia, por estilo”.

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“Héctor Larrea, una vida en la radio”, que salió este mes, es una especie de programa de papel: estructurado en bloques, con mensajes de los oyentes y hasta con una banda sonora elegida por el propio protagonista. Y se editó a través de Gourmet Musical Ediciones, cosa en principio llamativa. Una editorial dedicada a la música y los músicos, publicando una biografía de un conductor de radio. “Me acerqué a Gourmet porque ellos habían editado un libro sobre Sandro y soy muy fanático –dice Giménez-. Otro ícono de la cultura popular argentina”. Pero más allá del puente de Sandro, las páginas resuelven con elegancia el enigma de por qué un libro así en una editorial eminentemente musical: es un triángulo armado por datos biográficos, un paneo por la historia de la radio pero con un pulso tanguero –gardeliano- de Larrea sobrevolando todo. De esas tres vertientes se nutre la vida de este hombre.

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La idea original del libro era un Larrea por Larrea. Pero no hubo caso. “Él se corrió de ese lugar por diferentes motivos. Mi propuesta era que lo escribiese él mismo, y que en todo caso yo lo ayude como ‘escritor fantasma’. Y me dijo que sí. Pero después vino un día todo compungido a decirme que lo había hablado en terapia, y con unos amigos. Y me dijo ‘yo no puedo, mi pudor no me lo permite’. Larrea es un hombre pudoroso, parece que no, pero lo es. Me enojé un poco, pero lo entendí. No podía obligarlo. Y lo pensé y dije: ‘bueno, no lo puedo obligar, pero él no me puede prohibir contar su historia. Y decidí encararlo’”.
Y de alguna manera, Giménez también se corre del protagonismo. “Trato de ser un narrador, con Héctor como columna vertebral, pero también contando los comienzos y desarrollo de la radio en Argentina. Larrea es un ser humano, con sus virtudes, defectos, miedos, no creo que sea un dios de la radio, ni un mago, no creo en eso. No creo en dioses y magias: es un apasionado de esto, al que todavía llamás un domingo y está laburando para el programa del lunes, y eso lo mantiene vivo, sano y vigente. En el libro cuento que tenemos algo que ya es como un juego, y yo aprendí a jugarlo. Todos los años me dice ‘este es mi último año’. ¡Mentira! No se va a retirar nunca, su razón de ser es la radio”.
Entre gustos, paso del tiempo y cambios lógicos de modas y tendencias, la estirpe de conductores como el protagonista de este libro va extinguiéndose. “Es sorprendente -cierra Martín-. Él hace un único programa hace 60 años, el ‘concepto’ es Rapidísimo. Desde aquél comienzo él quería pasar muchos géneros musicales rápidamente, porque tiene muy claro desde siempre que el oyente cambia, y luego vuelve. Siempre fue un gourmet que ofreció un plato muy variado. Y hoy lo escuchás en el Carromato de la farsa, en la folclórica, y también es un picadito. Con sus 82 tiene el tiempo de la radio como nadie”.
Ese bicho que vive del aire hizo de todo, aunque -se dijo- muchos de los que estén leyendo esta nota no lo conozcan.
Alcanza con preguntarles a padres, tíos, abuelos. Hagan la prueba.

(*) Profesor Adjunto de la Cátedra Redacción Periodística II