Notas

Especial: 24 de marzo

La educación en tiempos de dictadura

El ámbito educativo no pudo escapar a la lógica represiva que las Fuerzas Armadas instalaron en la sociedad argentina entre 1976 y 1983. Cómo era crecer, estudiar y trabajar entre persecuciones, censura y desaparición de personas

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El Ministerio de Cultura y Educación publicó
un manual para perseguir y censuar
a los opositores de la dictadura dentro
del sistema educativo. /Foto: Argentina.ar

Las Fuerzas Armadas, además de haber asumido el poder político como representantes de los intereses de los grandes grupos económicos, focalizaron los objetivos del Estado al servicio de una represión sistemática y brutal contra todo aquello que definían como ‘subversivo’. La censura, las persecuciones y la desaparición de personas se extendieron a todos los ámbitos de la vida y la educación no fue una excepción. “Durante ese período, la función social de la educación escolarizada adquiere  una fuerte presencia en términos de disciplinamiento y de restauración  de un  orden social  funcional a determinados sectores e intereses dominantes. Todo aquello considerado como focos potenciales de peligro o de subversión de ese orden había que perseguir, silenciar o erradicar”,  subraya Gabriela Gamberini, de 41 años, Licenciada en Ciencias de la Educación y vicedecana de la Facultad de Ciencias Sociales. “Prevalece una perspectiva técnica de los contenidos curriculares y de las metodologías didácticas, concepciones de enseñanza y aprendizaje unidireccionales, con énfasis en la transmisión de valores y normas tendientes a la formación de un sujeto cada vez más domesticado, acorde a ese contexto socio-histórico”.

Los militares pretendían ‘formar’ a su manera a aquellos que transitaban el sistema educativo con la finalidad de que éstos crecieran y vivieran bajo valores considerados como elementales por el gobierno (como la disciplina, el orden, el respeto por los símbolos patrios tradicionales, familiares y religiosos) y no se desviaran de ellos. A esa impronta de raíz autoritaria de la transmisión de contenidos tomando como referencia la concepción de un sujeto educativo pasivo y que acata órdenes, se le sumaron otro tipo de cuestiones. “Se omitían o retiraban de los planes de estudio, aquellos materias que daban posibilidad de opinión o debates sobre temas sociales plausibles de  alterar ese orden, o bien, se excluían las vertientes críticas de los contenidos a tratar. Hubo, también, un fuerte control sobre los materiales de estudio”, destaca Gamberini.

La actitud de las comunidades educativas y sus actores ante la violación de los Derechos Humanos fue dispar. En algunos casos adhirieron acríticamente al discurso oficial, en otros sólo los docentes que concordaban ideológicamente con el gobierno de facto podían manifestarse, mientras el resto optaba por el silencio. La docente de Física y Matemática, Florencia Dáttoli, de 61 años, recuerda la tensión con la que se trabajaba en el aula. “Durante ese tiempo trabajé en la Facultad de Ingeniería con mucho miedo. La presión era muy fuerte, se desconfiaba mucho de lo que hacíamos con la materia o en las clases. Yo me limitaba a trabajar con mis alumnos y creo que ellos me salvaron de que no me despidan. No había motivos para echarme, yo tenía muy buena onda con los estudiantes”. Las emociones y la reflexión sobrevienen a los recuerdos de la docente. “Había miedo en todo el mundo. Todos agachaban la cabeza y acataban. Yo decidí no irme de la Facultad incluso cuando varias veces me pidieron que renunciara o dijeron que me aplicarían la Ley de Prescindibilidad, pero mi resistencia fue no irme”, sostiene.

“La posibilidad de expresar y de manifestar fue altamente censurada, a su vez, entre los distintos actores del sistema educativo se fueron constituyendo relaciones de fuerza con preeminencia de lo piramidal, lo vertical: inspectores, directores, docentes, estudiantes. Este tipo de lógicas y prácticas fueron de alto impacto en lo que ha sido el funcionamiento del sistema educativo y generaron improntas, creencias y prácticas educativas difíciles de revertir”, recalca Gamberini.

Los recuerdos de Dáttoli reafirman esa concepción piramidal de la educación. “Los estudiantes tenían un desamparo muy grande. Nunca se debatía un plan de estudios, se imponía todo el material, no existía el plan de cátedra, no se podía hablar de cualquier cosa en al aula. Pasaban a controlar las clases y hasta había alumnos infiltrados. Yo como docente sabía que me estaban tirando el anzuelo en todo momento”. En aquellos años rigió la imposición, expulsión o desaparición de lo considerado subversivo. “Un par de docentes que tenía en el profesorado fueron detenidos. Durante el Proceso llegué a enterrar libros en el patio de mi casa, mientras otras compañeras los quemaban”, añade Dáttoli.

El estudiante era considerado, desde las esferas del poder, como un sujeto que debía acatar y actuar según lo impuesto. “Esto da cuenta de una práctica educativa acrítica e instrumental que entiende a los sujetos educativos como tabula rasa que incorporan conocimientos en forma  casi automática, que pueden reproducirlo pero que no pueden asignarle sentidos que impriman cuestionamientos y reflexiones críticas”, analiza Gamberini. “Las órdenes había que acatarlas, el ambiente era muy difícil. Te acostumbrabas a no hablar de determinadas situaciones, yo por ejemplo no comentaba las noticias de los diarios y mucho menos hablaba cuestiones personales”, agrega Dáttoli.

El ámbito educativo, como otras esferas de la vida social y cultural, tampoco había podido escapar al actuar represivo de las Fuerzas Armadas. Para muchas personas que atravesaron esos años en una institución educativa, la convivencia en un clima de sanciones, expulsiones y sospechas solo podía ser sostenida por un ánimo de búsqueda de justicia y esperanzas de libertad. “La educación es una herramienta para cambiar las cosas. A mí esos años de docencia me dieron más claridad. Siempre mantuve viva la palabra”, reflexiona Dáttoli. “Es necesario revisar ese período no para quedar fijado en él, sino para cuestionarlo, para repudiarlo y para  impulsar nuevas iniciativas y modos de relación con los diferentes actores del sistema educativo, con el conocimiento, atento a las características del contexto”, señala Gamberini. El rol de la educación y de las y los educadores y estudiantes seguirá siendo vital para alcanzar una mayor libertad posibilitada por el conocimiento, por aquella vocación de aprender para crecer y soñar con un futuro próspero./AC-FACSO