Ciencia

151 años de misterio, debates e impunidad

Tata Dios, ¿culpable instigador o inocente chivo expiatorio?


La UNICEN presentó la web para consultar el expediente digitalizado con el que se juzgó la matanza de 36 personas ocurrida en la madrugada del 1 de enero de 1872 en Tandil. Una masacre atravesada por el odio al extranjero, el mesianismo y la complicidad del poder local, que todavía motiva debates, controversias y nuevas hipótesis historiográficas.

Tefa Schegtel Torres (*)

Llega hasta nuestros días como ‘La matanza de Tata Dios’: un hito sangriento en la historia tandilense, que estremeció al mundo entero. Sin embargo, varias investigaciones señalan que el que haya sido ‘de Tata Dios’ habla de una incriminación cuestionable y polémica. Hacia las tres de la madrugada del 1ero de enero de 1872, recién celebrado el año nuevo y con la luna llena de testigo, medio centenar de criollos a caballo, encabezados por un tal Jacinto Pérez, irrumpieron en la plaza, asaltaron el Juzgado de Paz y robaron armas al grito de ‘¡Mueran los masones, maten gringos y vascos!’. Cabalgaron más de 20 kilómetros hasta el almacén del vasco Juan Chapar, en el actual paraje rural De La Canal. En el trayecto asesinaron: a un organillero italiano; a nueve vascos carreteros; a un vasco almacenero y su peón; a un matrimonio de ingleses almaceneros y su dependiente; y a 17 personas en aquella distante posta (incluso a un bebé y tres niñas).
Varias horas después, vecinos armados salieron tras los asesinos. Los encontraron a su regreso de lo de Chapar, a las 10 de la mañana, en una estancia del español Ramón Santamarina. Los criminales declararon que las muertes respondieron, según les había indicado Pérez, a una orden del ‘Tata Dios’: así se lo conocía a Gerónimo Solané, curandero convocante llegado hacía un mes a la localidad, con un rancho-hospital en la estancia ‘La Argentina’, al noreste tandilense, próxima a la posta de Chapar. No contaron con que ese acusado era de la partida que los perseguía: al escuchar semejante incriminación, Solané los desmintió vivamente. En medio de la confusión y el desconcierto, fueron muertos algunos cabecillas como Pérez, se fugaron unos y apresaron a otros, entre ellos el propio ‘Tata Dios’. Solané fue muerto de tres balazos en su torso, en la madrugada del 6 de enero de 1872, mientras dormía en su celda, sin sospechosos ni detenidos, y con figuras del poder reunidas a metros de la escena, en un llamativo insomnio: ¿Venganza inmigrante? ¿Silenciamiento de los autores intelectuales? Doce días después llegó el juez y cerró el caso en septiembre, con el fusilamiento público de dos acusados (Cruz Gutiérrez y Esteban Lasarte) en la plaza, colmada de población extranjera según la crónica porteña que viajó a cubrir el hecho.

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Litografía de los talleres porteños ‘El Progreso’, con motivo de los crímenes del Tandil. El sepelio de las víctimas de la matanza. (En el libro ‘Tata Dios El mesías de la última montonera’ de Hugo Nario; y expuesta en el MUHFIT)

Semanas atrás, se presentó ‘Recuperar y preservar nuestro pasado. Episodios y protagonistas del Tandil del siglo XIX. Los diarios de Antonino López Osornio y el expediente judicial de las matanzas de 1872’, producción educativa hipermedia disponible en la web del Centro Educativo Digital (CEDI) de la Facultad de Ciencias Humanas de la Unicen. El Museo Histórico Tradicionalista ‘Fuerte Independencia’ (MUHFIT), la Unicen y el Archivo Histórico de la Parroquia del Santísimo Sacramento de Tandil digitalizaron los tres tomos del proceso judicial de esta matanza: 1200 folios con notas y correspondencia de jueces de paz, ministros de Gobierno, declaraciones de sospechosos y testigos, alegatos de abogados defensores y condenas a los implicados.

 Un expediente, varias líneas de investigación y sospechas

Desde el 1 de enero de 1872, detenido ‘Tata Dios’, personajes como Manuel Suárez Martínez y Ramón Santamarina, que comenzaban a tener peso en aquella sociedad tandilera, lo acusaron sin pruebas delante de una multitud. Esa historia intentó sellarse como indiscutible, enfocada sobre la figura del curandero y un supuesto fanatismo religioso. Hasta que en 1923 el historiador Ramón Gorraiz Beloqui se atrevió a insinuar que algo en ese relato no cerraba.
Se dice que el expediente del juicio de esta masacre estuvo años arrumbado en el tribunal de Dolores; y se salvó de convertirse en cenizas cuando fue obsequiado a la colección privada de Antonio Santamarina (hijo de Ramón y figura de la política tandilense). Sus descendientes lo donaron al Museo del Fuerte en los 60s. Con ese documento, también llegó el poncho que, se supone, usaba Tata Dios al momento de ser ultimado en el calabozo.
El periodista Hugo Nario fue de los primeros en poder leer el sumario y echó por tierra un siglo de versión incuestionable, con su libro ‘Tata Dios. El mesías de la última montonera’, publicado en 1976. “Nario encontró floja de papeles la acusación de ‘Tata Dios’ como ideólogo”, resalta Marcelino Irianni, doctor en Historia de la Unicen, especializado en sociedad de frontera del siglo XIX: ya asesinado Solané, los acusados no lo señalaron a él; y sí a Jacinto Pérez como cabecilla e instigador, muerto por la guardia vecinal. Irianni destaca la valentía de Nario: “Se tiró contra el poder”.
Esa lectura minuciosa del expediente dio un giro total al caso. A los enfoques sobre misticismo, mesianismo, xenofobia y milenarismo, se sumaron aportes de estudios de inmigración, religión, mentalidades y sociedad de frontera: el foco pasó de Solané a las motivaciones de figuras del poder político y económico local. En ese sentido, en sus artículos La tormenta perfecta (2017) y Hachar un roble (2021), Irianni apunta al rol financista de las postas y almacenes (adelantaban los pagos de la peonada de estancias cercanas); a sus libros contables (registro de quiénes y cuánto debían); la inminente inauguración de la sucursal del Banco de la Provincia de Buenos Aires ese 1 de enero (donde serían asentadas oficialmente esas deudas); y a un odio a los extranjeros tan sospechosamente selectivo de etnia y oficios, que sólo atacó a vascos carreteros y almaceneros, mientras cientos de extranjeros y masones dormían en el pueblo.
Melina Yangilevich, doctora en Historia de la Unicen y especializada en historia social de la Justicia, precisa las particularidades que hacen al caso tan atractivo de estudiar: la cantidad de víctimas y victimarios; el marcado sesgo de las primeras fojas para presentar a Solané como instigador; y la inusual celeridad de la investigación y del castigo en la campaña bonaerense de aquellos tiempos.

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Primera página del sumario levantado por varios comisarios; y los tres cuerpos del expediente que fueron digitalizados. (Del libro ‘Tata Dios El mesías de la última montonera’ de Hugo Nario)


“Había mil puntas por buscar, pero se quiso cerrar rápido la investigación”, denuncia Patricia Gavazza, docente de Historia e investigadora. En ‘Las otras voces’ (presentado en la edición 2023 de las Jornadas de Arte, Patrimonio e Historia, de la Facultad de Arte de la UNICEN) indaga en la invisibilización y revictimización de mujeres y niñes en esta masacre: de las viudas de los asesinos que no fueron citadas a declarar; y de las asesinadas, cuyos nombres no aparecen en las fuentes. Gavazza las rescata a partir de historias familiares, archivos de medios, “citas al margen de los libros” y documentos (actas de casamientos y censos) que complementan el registro del sumario.

Un muerto (y un caso impune) que no para de nacer

Al noreste del partido de Tandil, hay una veintena de casas, dispuestas a los lados de una ancha calle de tierra, a 25 kilómetros del centro tandilense. Entre ese caserío, se levanta el almacén Lasarte, frente a la estación 'De La Canal', al que llegan turistas y tandilenses con la misma pregunta: ‘¿Fue acá?’. Detrás de ese negocio de ramos generales, atrás de la cancha de pelota, a mitad del campo, hace 150 años, en una construcción de barro de la que no quedan rastros, finalizó este derrotero de muerte que sigue estremeciendo a propios y extraños.
Desde 2006, Patricia Gavazza es docente de la escuela de De La Canal y se conectó con la temática en el lugar de los hechos: “Pensé que iban a estar fascinados con trabajar esta historia, pero no”. Encontró mucha resistencia entre los alumnos, porque “pasó hace mucho, ya está” y le confesaron que en sus familias no querían que el paraje fuera conocido por eso. “Tenían razón: fue previo a que De La Canal existiera, pero les hice entender que como hay una prehistoria de las cosas, esta era la 'prehistoria' de la comunidad”. Comenzaron a leer distintas fuentes, fueron al Museo del Fuerte y al Cementerio Municipal, señalizaron la zona de la matanza, dieron charlas y participaron en la Feria de Ciencias. Luego de años de labor en el paraje, la investigadora percibe que, gracias a ese trabajo, “ahora encuentran la forma de aceptar que es parte de su historia y que no la pueden negar más”.

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Señalética ubicada en tres puntos de la calle de De La Canal, que ha sido motivo de polémica. (Fotos: Tefa Schegtel Torres)


Esos carteles que dispusieron han motivado polémicas. Desde el Frente Cultural ‘Gerónimo Solané’ condenan la acusación contra Tata Dios. En marzo de 2020 se presentó esta agrupación que reúne a historiadores, músicos, poetas y periodistas, para repensar la inocencia de Solané. “‘Tata Dios’ es una figura que incomoda e interpela en algunos sectores de Tandil, y apunta a la historia de la impunidad en nuestra ciudad”, indica Guido Rapallini, profesor de historia egresado de la UNICEN, uno de los promotores del movimiento. En 2022 se cumplieron los 150 años de la masacre: entre sus acciones, el Frente lanzó la web www.TataDios.ar y realizó pintadas callejeras. “Se ha generado un debate lindo entre los vecinos”, analiza Rapallini. También admite que han tenido discusiones álgidas con docentes de escuelas de Tandil: “Se creyeron un cuento que no paró de repetirse, en defensa del poder, y la prensa jugó un papel fundamental en eso”.

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Pintada del Frente Solané que sobrevive en 4 de abril al 800 y reza: ‘A 150 años Tata Dios es Inocente’ (Foto: Tefa Schegtel Torres)


Entre las varias pintadas realizadas, una sobrevive, enfrentada al Museo Histórico Tradicionalista ‘Fuerte Independencia’, donde recalan turistas y tandilenses para ver exclusivamente los agujeros del poncho de ‘Tata Dios’… y se llevan el fiasco: llegó cosido y lavado cuando lo donaron. Sofía Oliverio, flamante profesora de Historia egresada de la UNICEN, trabaja en la recepción del Museo y observa: “La gente tiene una historia muy cerrada sobre lo sucedido, pero hay otra predisposición de la sociedad para escuchar las nuevas hipótesis”. También habla de cambios en esta institución, “no sólo en los objetos expuestos, sino en lo que contamos”. La museóloga Victoria Bianchi detalla: “Tratamos de hacer dialogar las distintas vertientes que están cuestionando esa historia sacralizada. Es preferible que se vayan de este lugar con más preguntas que respuestas”.

Digitalizar y socializar es la tarea

Esta digitalización preserva el original y permite indagar sin peligro de deterioros, porque “aunque la gente use guantes, el paso del tiempo los daña”, advierte Irianni. El expediente digitalizado está a disposición de especialistas y público interesado, a quienes esperan testimonios que merecen detenimiento y lupa en mano, en busca de frases e indicios para nuevas hipótesis que compartirán en un espacio para ello preparado. Para Yangilevich, digitalizar estas fuentes “facilita su acceso y estudio, para construir conocimiento científico y posibilitar múltiples lecturas”. Bianchi reconoce la “accesibilidad de estar al alcance de cualquiera desde donde desee consultarlo”.

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Fragmento del mural ‘Tata Dios’, de Jessica Ferraiuolo, en avenida Alvear al 500, en una zona muy turística de Tandil. (Foto: Tefa Schegtel Torres)

El acceso público a la versión digital del expediente “puede traer múltiples interpretaciones”, indica Oliverio, pero advierte que deben estar “validadas por un método científico, para comprobar lo afirmado”. También Gavazza alerta en ese sentido: “Cuando se lee algo sin suficiente información, se puede llegar a conclusiones erróneas”; y vislumbra que la riqueza del sumario aflorará en el cruce con otras fuentes, “para mostrar un panorama más social, y hacer otras lecturas y preguntas”.
El caso sigue alentando nuevas tesis, como la que Rapallini defenderá en la Facultad de Ciencias Humanas de la UNICEN. En ‘El ocaso de la frontera y la familia Gómez (1860-1890)’ demostrará que, meses después de este sucedo, la configuración del poder en Tandil cambió: lo tomaron los 'gringos y masones' y lo perdieron los estancieros tradicionales. “La gente puede acceder a la fuente, sin estar mediados por versiones. A pesar del trabajo formidable de Hugo Nario, había que revisar algunas cosas, y qué mejor que democratizar el acceso y el conocimiento”, expresa Rapallini.
¿Quién era Jacinto Pérez? ¿A quién respondía? ¿Cuál fue el rol del párroco? ¿Cómo jugó la masonería? “No sé si vamos a tener alguna respuesta. Importa seguir preguntándonos sobre el tema, más allá del enfoque político y económico que primó. Sumar perspectivas, nuevas lecturas y relecturas de los documentos de aquel entonces”, reflexiona Gavazza. Vista la complejidad de este capítulo de la historia roja tandilense, insta a “un abordaje multidisciplinario, desde lo antropológico, lo sociológico, lo psicológico y la historia, desde lo local y lo nacional”.
Un siglo y medio después de aquel amanecer trágico, así como hay quienes aún consideran culpable a Solané, no son pocos quienes ven en esta masacre el aprovechamiento del descontento criollo (ante el avance extranjero), por parte de un sector dirigente-terrateniente local para lograr sus fines particulares, disfrazado de xenofobia y milenarismo. Poner a disposición estas fuentes invita a construir conocimiento histórico a una comunidad que todavía exige verdad y justicia.

(*) Trabajo realizado para la cátedra Periodismo Científico, carrera de Periodismo Facso.