Notas

Sobrevivir, el desafío de cada día

El 2 de Mayo de 1982 fue un día fatídico para la Argentina. El Crucero ARA General Belgrano (C-4) fue hundido – injustamente- por tres torpedos proveniente de un submarino nuclear inglés, causando la muerte de 323 jóvenes llenos de sueños e ilusiones.

sergiobien Santiago Garralda – Agencia Comunica

Dos minutos pasaron de las 16 hs y casi está anocheciendo. Estas descansando después de una larga jornada de trabajo en la panadería del barco, y sólo se escucha tu respiración y la inmensidad del mar. De repente, una explosión te hace caer de la cama totalmente desorientado. Comenzás a notar que el barco se está inclinando y al intentar reincorporarte, un nuevo sacudón te lo impide. Mirás por el ojo de buey y ves una pequeña luz. Corres por las escaleras buscando una esperanza pero te encontrás con el infierno: gente prendida fuego y llena de petróleo, gritos desesperados buscando auxilio. “Debe ser un sueño”, te preguntás. Salís a la cubierta principal, ves lo que está pasando y caes en la realidad. No es un sueño, es la peor pesadilla y sos uno de los protagonistas.
Hasta acá parece el guión de una película, pero no es así. Es Sergio Violante, un joven tripulante del Crucero ARA General Belgrano- hundido el 2 de Mayo de 1982 por tres torpedos provenientes de un submarino inglés- el que tiene el papel protagónico de esta historia paralizante. Sergio se toma su tiempo para hablar, respira profundo y junta fuerzas para comentar como fue el proceso de abandonar la nave y la posterior supervivencia, quizás la parte más cruda y difícil de su odisea. “Nosotros veíamos que el buque se estaba inclinando cada vez más, al llegar a los 45 grados dieron la orden de abandonar. Yo para llegar a mi balsa tenía que dar un paso nada más”. Una vez en su balsa comenzaron a remar con sus manos y un pequeño remo, pero los esfuerzos eran en vano; las olas eran tan grandes que no les permitía avanzar. Sostiene que la parte más complicada fue dejar a sus compañeros en el barco, ya que “el buque estaba cada vez más alto, y para llegar a la balsa había que tirarse al mar. Cuando se tiraban se venían las balsas contra el buque y se pinchaban”. Ahí, él y sus compañeros trataron de rescatar a aquellos que caían al agua, “porque más de 5 minutos no duras, te congelas”. A los pocos minutos lograron alejarse y vieron como el Crucero ARA General Belgrano se hundía lentamente. La explosión que hicieron las calderas del buque al tocar el fondo todavía resuena en la cabeza de Sergio, es algo de lo que hoy no puede olvidarse y lo recuerda como si hubiese sido ayer.
La noche fue un calvario. El frío y los vientos de 120 km calaron sus huesos a tal punto que manifiesta no saber cómo hicieron para aguantar. El calor que se dieron mutuamente los treinta que estaban a bordo fue una de las claves, pero también el hecho de que las balsas tenían dos cierres como si fuese una carpa; no obstante, el agua entraba y congelaba todo lo que había a su paso. Para sobrellevar las olas, se les ocurrió atarse de a tres balsas. Fue inútil, el viento era tan fuerte que cortaba la soga con la que se sostenían y se separaban. Así pasaron todo el día, yendo sólo para donde las olas iban. Con el correr de las horas comenzaron a sentir las primeras consecuencias de estar a la deriva en un mar helado: “el cuerpo se te iba enfriando tanto que de la cintura para abajo no sentías nada porque el cuerpo estaba congelado”. Las condiciones en la que se encontraban eran deplorables y la esperanza de sobrevivir era cada vez menor; estaban por rendirse, por dejar de pelear, hasta que por fin llegó el alivio. A lo lejos lograron ver a un avión, tiraron las bengalas que tenían y esté consiguió ubicarlos: ese avión pertenencia a la Armada Argentina y estaba haciendo un reconocimiento para poder encontrar las balsas. Pasó otro día más y “cerca de las 12 de la noche vimos una luz que se nos venía encima, parecía un ovni: era el ARA Piedra Buena – destructor que escoltaba al General Belgrano- que nos venía a rescatar”. Inmediatamente comenzaron a cantar el himno y la marcha de la armada. Finalmente, había terminado el martirio después de 40 horas de agonía.
Para rescatarlos, los fueron subiendo uno por uno con arneses hasta el destructor. Le dieron ropa seca y masajearon sus piernas ya que las tenían congeladas producto de la hipotermia. Los llevaron hasta Ushuaia, los metieron en un hangar y les dieron ropa nueva. Sergio recuerda claramente que “nos llamaban de a uno para darnos un café y un paquete de cigarros para quien fumaba, sólo eso”. Después los trasladaron hasta Puerto Belgrano, en Bahía Blanca; ahí estuvieron quince días sin tener contacto con nadie hasta que por fin los dejaron volver a sus hogares. “Volver fue lo más triste de mi vida. No había nadie, estaba todo desierto”, confiesa con la voz entrecortada. Sin embargo, iba a tener una alegría al menos: al llegar se dirigió a la casa de su novia – que hoy es su esposa-. Verla nuevamente fue una alegría inmensa, pero también la tristeza que sentían era infinita.

La vida después de la Guerra

“La post guerra fue similar a la guerra misma”, asegura Sergio. Después que en Agosto de 1982 le dieran la baja, comenzó a buscar trabajo. Fue muy duro, “le decías la fecha de nacimiento (1962), te preguntaban si habías ido a Malvinas y le decías que sí, te decían ´bueno, después te llamamos´, y nunca lo hacían. Éramos como los loquitos de la guerra”. Sostiene que por la indiferencia que había en la sociedad y a raíz de que muchos ex combatientes no lograban conseguir trabajo, cientos de ellos se quitaron la vida, al punto de que hoy se contabilizan cerca de 1200 suicidios.
Fueron pasando los años y los veteranos que había dejado esta cruel e injusta Guerra tuvieron que agruparse para comenzar a luchar por sus derechos. Fue todo muy difícil porque “entramos por la puerta de atrás y nadie te regala nada”, confiesa Sergio. Sin embargo, se las ingenió para lograr salir adelante: ejerció un tiempo como panadero, después trabajó varios años en Cerro Negro y se jubiló siendo portero del Consejo Escolar.

El fútbol y los caballos, su mejor terapia

Con inferiores en Racing de Olavarría –club del que es hincha, junto con San Lorenzo de Almagro- y hasta una chance de probarse en Independiente, Sergio Violante es un apasionado del fútbol. Jugó toda su vida, pero destaca que después de Malvinas fue su terapia: “pasado el tiempo queríamos tener algo que nos distraiga, para sacarnos de la cabeza lo que nos había pasado. Y se nos ocurrió formar un equipo de fútbol para veteranos. Empezamos a jugar y en 2003 salimos campeones del año”. Sergio vuelve a hacer una pausa en su hablar y se toma su tiempo para emocionarse. Al reanudar comenta que ese mismo año lo premiaron con el Olimpo de Plata y que fue algo maravilloso para él. Fue como volver a vivir.
Años más tarde, retomó otra de sus pasiones heredadas de su padre: los caballos de carrera. Hoy es su pasatiempo principal y confiesa que no puede dejarlo, porque “si uno se va quedando las cosas vuelven y vuelven”. Ambas son su cable a tierra y su principal distracción de todos los recuerdos que lo acechan.

Su familia como contención

Sergio se casó poco tiempo después de volver de Malvinas con su novia Stella y tuvieron tres hijos: Ricardo, Maximiliano y María de los Milagros, que justamente el 1 de Abril dio luz a una nena llamada Malvina. Hoy son su mayor sostén y su principal razón para seguir.
“Con mi vida puedo hacer una película” confiesa sobre el final Sergio, sobreviviente del Crucero ARA General Belgrano, que de a poco está logrando alejar los demonios que lo atormentaron durante tanto tiempo. Recordar su historia de supervivencia es una manera de que nunca sean olvidados, y así, devolverles algo de lo que cada tripulante perdió aquella tarde gris del 2 de Mayo de 1982.