Notas

La resistencia como bandera

 

“Hay que pensar en la rebeldía y la libertad para encarar estas fechas”

A 45 años de la última dictadura cívico,eclesiástica y militar, el recuerdo de los padres de Juan sigue presente en su memoria. Esta historia, como muchas otras,  vuelven a aparecer para renovar la lucha y el compromiso por no olvidar y exigir justicia

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Santiago Garralda- Agencia Comunica

26/03/2021

Juan Weisz fue criado por sus padrinos, a los que considera sus “padres de crianza” y creyendo que sus padres habían muerto en un accidente. La reconstrucción de su historia, sus peleas diarias y su mirada del mundo, en un testimonio que sirve para dimensionar, mínimamente, cuánto daño generó la dictadura. Y por qué es tan necesario mantener viva la memoria.
Junto a sus padrinos vivieron primero en Las Flores y después (por temas de trabajo), se trasladaron definitivamente a Olavarría. Juan creció con la certeza que no era el hijo biológico de ellos y recuerda que tenía 10 o 12 años cuando le contaron la verdad: “la imagen que yo tenía era que mis padres se habían muerto en un accidente, eso es lo que me habían dicho al principio”, comentó. Él incluso imaginaba dónde había sucedido: “cuando veníamos por la avenida Avellaneda , cruzando la vía del tren, siempre imaginaba que ese era el lugar donde ellos habían tenido el accidente”.


La idea se fue difuminando con las preguntas que comenzó a realizar su hermano cinco años mayor (hijo de sus padres de crianza) acerca de lo ocurrido. Es así que empezaron a hablar de una guerra. Que se luchaba por algo que se consideraba justo. Por esa razón, para Juan esto tenía más sentido porque “claramente la muerte en una guerra era mejor que una muerte azarosa en un accidente”.
Poco tiempo después, en un viaje a un camping de Mar del Plata, lograron contarle “lo de la guerra” y otras cuestiones que no recuerda con exactitud. A partir de ese momento, Juan comenzó a recurrir a terapia para comprender lo que había sucedido. No le gustaba para nada, le molestaba mucho esa decisión que no había tomado él. Sin dejar detalles de lado, comenta que fue trabajando con la noción de que en parte había sido un accidente, porque sus padres biológicos “eran jóvenes idealistas, y que habían sido utilizados para fines no tan puros por gente maligna”. Esto le hacía ruido y no le cerraba. Fue, en definitiva, una etapa difícil para Juan.


Recién a los 20 años, estudiando el Profesorado en Antropología Social en la Facultad de Ciencias Sociales (UNICEN), empezó a leer más acerca del tema. Así, comenzó a entender su propia historia y a reconstruir “el contexto histórico en que había sucedido todo”. De a poco comprendió que aquello que le generaba malestar en lo que le contaron se relacionaba con los distintos momentos de la conciencia colectiva en la Argentina. En este sentido, cuando a él le hablaron sobre un accidente, coincidió con un momento de mucho silencio en el país: hacía pocos años que la dictadura se había terminado y existía un miedo de volver a padecer un golpe de estado (recuérdese los levantamientos carapintadas). En ese contexto hostil, Juan reconoce que “ser familiar de desaparecidos era un estigma, por lo cual había mucho silencio y miedo de las reacciones que podía tener un joven pre -adolescente como era yo en ese momento”. Entonces, ir a terapia tenía la finalidad de apaciguar, de calmar sus posibles reacciones.


Sin embargo, más adelante asimiló por qué habían actuado de esa forma. Entendió que no había sido un accidente, ni mucho menos una guerra, “porque lejos de la idea que me quisieron implementar de que eran jóvenes ideales, muy buenos, que habían sido utilizados... ellos no fueron utilizados, sino que estaban convencidos. En ese momento histórico la juventud creía que se podía cambiar la sociedad por una más justa”, reflexionó Juan. Todo esto resultó ser un proceso largo y complejo en él, que lo llevó a entender también que no fue un hecho aislado, ya que “la historia de Argentina como país, como estado, es una historia marcada totalmente por el genocidio”.

Su familia: una historia de lucha y compromiso social

Juan tiene 44 años, nació el 7 de Noviembre de 1977. Sus padres eran Marcelo Weisz y Susana Gonzalez, vivían en Capital Federal. Marcelo era estudiante de Ciencias Económicas, trabajaba en la sucursal de un banco, militaba en la Juventud Peronista y en Montoneros. Susana estudiaba Psicología, trabajaba en la entonces empresa telefónica del Estado ENTEL y también era militante. Juan nunca pudo conocerlos. Fueron desaparecidos por la Dictadura en Febrero de 1978, cuando apenas tenía tres meses de vida. “Mucho no se sabe de cómo fue el momento en que los secuestran. Sí que estuve con ellos en ese momento”, sostuvo Juan. Desconoce la razón por la que tres o cuatro días después deciden enviarlo a la casa de su abuela materna, con la orden de trasladarse a Las Flores, lugar donde residían sus padrinos. Quizás fue suerte o el destino, pero se torna más una pregunta retórica que una certeza.

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Poco se conoce sobre lo que pasó con Marcelo y Susana. Lo que sí se sabe es que estuvieron en los centros clandestinos “El Banco”, y “El Olimpo”, formando parte de un aterrador circuito represivo. En el 79’ es la última vez que se tiene contacto con ellos ,“se presume que antes de una visita que hizo la Organización por los Derechos Humanos, la OEA, ahí hubo una limpieza grande de los centros clandestinos de detención, y en esa limpieza fueron trasladados”, contó. Además, en el caso de sus padres -y en muchos otros- se practicó una tortura extendida. Esto consistía en realizar visitas semanales a las casas de los abuelos maternos y paternos de Juan, “era una forma de extender el terror y el miedo hacia el resto de la sociedad, a través de vivir y estar jugando con las sensaciones y con los miedos frente a las familias”. Sucedió durante un año, todos los sábados. Ya en 1979, se comunicaron y dijeron que por un tiempo no iban a poder hacer visitas. Después de ese momento, se sospecha que fueron trasladados para nunca volver.


Es importante destacar que la historia familiar de Juan estuvo -y está- marcada por la resistencia y por el compromiso social. Su abuela, Ruth Paradise era judía y huyó de la Alemania Nazi en 1939 junto con un grupo de Scouts. Allí quedó su hogar y toda su generación (madre, hermana, tíos, primos), atrapados en un laberinto sin salida. Ruth supo anteponerse a estas adversidades, resistiendo y nunca olvidando. Llegó con sus jóvenes 17 años a nuestro país, trabajó de diversos oficios y conoció a quién sería su esposo, Ernesto Weisz, que también había escapado del Holocausto. Pero en Argentina debió ser fuerte y resiliente. Sobre todo, cuando su hijo Marcelo Weisz fue secuestrado junto con su compañera Susana. Aunque la tortura tampoco terminaría acá. Según el libro de Claudia Rafael -“Ruth, entre Auschwitz y el Olimpo” (Editorial Biblios)- en las visitas programadas que realizaban a su casa, Julio Hector Simón ( un represor salvaje, mediático y sanguinario, más conocido como el “Turco Julián”) le pedía que ponga música de Wagner, que no sólo era lo que sonaba en los campos de concentración del Tercer Reich cuando los prisioneros eran llevados a la cámara de gas, sino que además este compositor y ensayista era considerado antisemista y racista por sus ensayos y obras musicales. No era una casualidad. El Turco Julián era abiertamente fanático del nazismo, e irradiaba odio hacia la comunidad judía. Era una provocación clara que él le pidiera poner esa canción. Pero Ruth se negaba. Seguía, ante todo, resistiendo.

Reflexiones
Juan considera que los juicios contra los delitos de lesa humanidad fueron un gran avance, aunque limitado; “porque si uno piensa cuántos genocidas que están presos y cuánto se avanzó, y cuántas causas hay, por más que parezcan muchas, son en realidad un número muy insignificante”. A su vez, cree que queda un largo camino por recorrer, que todavía hay mucha impunidad, y que “hay que avanzar con los responsables directos e indirectos, como son los civiles y eclesiásticos. Hay un montón de responsabilidades que no han sido juzgadas, mucha gente que se muere totalmente impune”. Aún así, Juan vive una constante contradicción. Reconoce que “cada vez que condenan a una de esas personas, siento satisfacción, pero a la vez no estoy convencido de que la cárcel sea ningún tipo de solución, no creo que cambie nada”.


Se cumplen 45 años del inicio de la etapa más oscura de nuestra historia. Un golpe cívico-eclesiastico- militar que vendría a derrocar al gobierno de turno para sembrar el terror en cada rincón de nuestro país. En este sentido, Juan es creyente de que cada 24 de Marzo “es una fecha de lucha, fundamentalmente por los significados y por lo material”. Asimismo, considera que “es una lucha por el sentido, por recuperar la idea de que se puede cambiar el sistema social en el que vivimos, que podemos ser protagonistas de ese cambio, nosotros en conjunto como clase, como sociedad”. De esta manera, al cumplirse un nuevo aniversario, resulta necesario reflexionar sobre lo que ocurrió en aquellos años para entender en dónde estamos parados, y hacia dónde vamos. Se trata de “pensar en la rebeldía y en la libertad como pautas para encarar esta fecha”.