Notas

Las bibliotecas durante la dictadura argentina de 1976

El resguardo del conocimiento y la lucha por la libertad intelectual en tiempos oscuros

Durante la dictadura militar la represión y la censura se extendieron por todos los rincones del país. Las bibliotecas no fueron la excepción, aunque muchas de ellas se convirtieron en lugares donde el conocimiento y las ideas encontraron un refugio seguro.

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Magdalena Jaureguiberry - Agencia Comunica

05/06/2023

En medio de la oscuridad y el silencio impuesto por la dictadura que asoló a Argentina en 1976, las bibliotecas se constituyeron en faros de resistencia y esperanza y se erigieron como bastiones de resistencia intelectual. Aunque la censura y la represión acechaban cada rincón del país, estos santuarios del conocimiento albergaron palabras prohibidas y pensamientos subversivos, desafiando al régimen opresor.

En las sombras de las estanterías, las páginas amarillentas se erigían como testimonios vivos de una sociedad que se negaba a ser silenciada. Los libros se convirtieron en refugio para los que buscaban la verdad, en armas para luchar contra la ignorancia impuesta por los opresores. La lectura se convirtió en un acto de rebeldía, en una forma de mantener viva la llama de la libertad en medio de la adversidad.

Las bibliotecas, custodias de la memoria colectiva, se volvieron hogares para aquellos que habían perdido su lugar en el mundo exterior. Los estudiantes, los intelectuales, los activistas y soñadores sabían que las bibliotecas eran espacios donde las ideas podrían florecer. Donde se pudo, en las ciudades donde la dictadura arremetía pero en forma silenciosa, hubo susurros de resistencia, de debates apasionados y de planes para construir un futuro mejor.

Estos espacios eran considerados por las autoridades militares como espacios peligrosos, ya que se las asociaba con la libre circulación de ideas y conocimientos, que eran vistos como amenazas al régimen. En consecuencia, varias bibliotecas de las grandes ciudades del país fueron sometidas a acciones represivas para controlar y suprimir estas instituciones.

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Quema de libros en el Partido de Sarandí. Créditos: El Cohete a la Luna

La represión a las bibliotecas formaba parte de una estrategia más amplia de control ideológico y represión de la sociedad civil. El régimen militar buscaba imponer un pensamiento único y silenciar cualquier forma de oposición o disidencia. Las Bibliotecas, como lugares de encuentro y difusión de conocimiento, se muestran en blancos de esta represión.

El escritor Federico Zeballos, autor de “El terrorismo de Estado en las bibliotecas”, expresa en dicho texto que “Córdoba ha sido el epicentro de diversos movimientos sociales,políticos y culturales que trascendieron sos fronteras, tanto de la provincia como del país”, quizás es por ello que está provincia fue una de las más amenazadas por el régimen militar de facto.

Un ejemplo de ello es el caso de la Escuela Superior de Comercio Manuel Belgrano (UNC), que se ha convertido en un triste símbolo de la brutalidad ejercida por la última dictadura militar en la capital cordobesa. En este emblemático colegio, doce jóvenes estudiantes y egresados perdieron sus vidas, mientras que otros veinte fueron expulsados y un alumno se vio obligado a exiliarse. Además, se registraron numerosos casos de persecución y cesantía a docentes y personal de apoyo, así como la lamentable quema de libros.

El fatídico 13 de abril de 1976, se llevó a cabo una medida que refleja la opresión y el control de impuestos por las autoridades militares. El 13 de abril de 1976, se quitó el depósito de todo el material bibliográfico relacionado con temas políticos, ideológicos y doctrinarios que no se ajustará al programa de estudios de la Escuela. Esta disposición llevó a la prohibición de dieciocho libros, los cuales se centraban exclusivamente en obras sobre el peronismo.

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El 30 de marzo de 1976 se incineran libros considerados subversivos en dependencias del Regimiento de Infantería Aerotransportada 14 de Córdoba, esto se enmarca en la ofensiva contra la cultura. Créditos: Todo Argentina.

La lista de libros prohibidos revela la intención de suprimir cualquier discusión y análisis crítico sobre el peronismo, una corriente política de gran relevancia en la historia argentina. Esta acción evidencia el claro intento de controlar el pensamiento y limitar la libertad académica en la institución.

La tragedia vivida en la Escuela Superior de Comercio Manuel Belgrano - que se dio también en otros espacios de grandes ciudades argentinas- es un triste recordatorio de los horrores perpetrados durante la dictadura militar. Las vidas perdidas, los destinos truncados y la represión ejercida sobre los jóvenes estudiantes y el cuerpo docente son testimonios conmovedores de un período oscuro en la historia del país.

A pesar de los allanamientos y las confiscaciones, el espíritu de las bibliotecas no pudo ser sofocado. La palabra escrita se convirtió en un hilo invisible que atravesaba los barrotes de las celdas y los muros de la represión, llevando consuelo y alimento intelectual a aquellos que habían perdido la libertad.

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El país sufrió la pérdida de ejemplares con un gran aporte intelectual para la sociedad. Créditos: Radio Futura.

En ese oscuro período de la historia argentina, muchas bibliotecas tuvieron que adaptarse y sobrevivir en un entorno hostil. A medida que la censura se intensificaba, los bibliotecarios se enfrentaban a desafíos cada vez mayores. La vigilancia constante y las amenazas de represalias obligaron a muchos profesionales de la información a trabajar en la clandestinidad para proteger la integridad de sus colecciones.

Biblioteca Popular Bartolomé J. Ronco: La joya cultural de la ciudad de Azul

Pero mientras muchas de las grandes ciudades sentían la represión constante por parte del orden militar, ciudades pequeñas sufrieron de una forma más leve esta época de penumbras. Es así que en el epicentro mismo de la Provincia de Buenos Aires, se yergue altiva la ciudad de Azul, una verdadera fortaleza en medio del desierto pampeano desde su nacimiento en el año 1832. Ubicada a una distancia de trescientos kilómetros de la cosmopolita Capital Federal, Azul ha sido y continúa siendo un faro de referencia para las poblaciones que, a medida que avanzaba el siglo XIX, se asentaron en las zonas aledañas. Durante aquellos tiempos turbulentos, mientras las tribus de Catriel y Calfucurá cedían terrenos en proporción a las vidas perdidas en sangrientas batallas, Azul se erigía como una verdadera guardiana de la civilización.

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Estantería de la Biblioteca Popular Bartolomé J. Ronco. Créditos: Magdalena Jaureguiberry

Como pionera en esta lenta pero firme historia, la ciudad atesora un pasado rico y diverso, cuyas manifestaciones culturales y acontecimientos se entrelazan en una danza fascinante, siempre guiada por el progreso. No sorprende, entonces, descubrir que Azul alberga una de las bibliotecas populares más antiguas y completas del vasto interior bonaerense. Aunque fue originalmente fundada en 1892, esta institución se encuentra en el corazón de la ciudad, en un edificio propio ubicado en la calle Burgos 687. Construido en 1910 y sometido a modificaciones sustanciales con el paso del tiempo, el objetivo siempre ha sido optimizar su labor y responder de la manera más efectiva a una cantidad creciente de usuarios ávidos de conocimiento.

Debido a su enérgica actividad, amplitud de alcance e influencia, la Biblioteca Popular de Azul ha trascendido con creces su mero rol bibliográfico. Se ha convertido en un complejo cultural de enorme valor, al alcance de una población que ronda los cincuenta mil habitantes en el área urbana y supera los sesenta mil en todo el partido. Aquí, las palabras se entretejen con la historia y la imaginación se encuentra con la sabiduría, creando un entorno único y enriquecedor para aquellos que buscan nutrir sus mentes y explorar la más amplia diversidad del conocimiento.

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Espacio para la lectura y el intercambio de la Biblioteca Popular Bartolomé J. Ronco. Créditos: Magdalena Jaureguiberry.

Dicha biblioteca fue una de las guardianas de conocimiento en la provincia, aunque a diferencia de otras, no sufrió ninguna requisa. Cuentan las bibliotecarias que vivenciaron esa época, que en el único momento en el que el establecimiento recibía la visita de personal militar, era cuando los escritores realizaban las presentaciones de sus libros, claramente para controlar que no se diga nada fuera de “la ley”.

En esa época oscura, los nombres de Rodolfo Walsh, Jorge Luis Borges, Griselda Gambaro, Julio Cortázar, entre otros autores prohibidos por el cuerpo militar de facto, se lucían en las estanterías de gruesa y oscura madera. Como dijimos anteriormente la biblioteca al no mostrarse políticamente en contra del gobierno militar, no sufrió requisas, por ende esos nombres fueron protegidos.

Es importante destacar que si bien la Biblioteca Bartolomé J. Ronco, no tuvo confiscaciones, luce la ausencia de los libros de actas de los años 1976, 1977, 1978, 1979, 1980 y gran parte del 1981. La minuciosa lectura en lugar nos permite conocer que en los compilados de las actas, de parte del año 1981 al 1983, la dictadura fue fuertemente ignorada, en ninguna de esas páginas amarillas aparece algún dato de la desgracia que sufría el país. Es probable que por ese motivo dicho establecimiento no haya sufrido la presencia violenta de los sujetos que defendían la dictadura. Aunque gracias a ello pudieron seguir manteniendo viva la voz de quienes acallaba la dictadura.

Hoy, mirando hacia atrás, recordamos con profunda emoción la valentía de quienes se atrevieron a mantener encendida la luz del conocimiento en los tiempos más sombríos. Sus nombres pueden haber sido olvidados por el paso del tiempo, pero su legado vive en cada estante de las bibliotecas, en cada página que narra historias de resistencia y en cada corazón que sigue latiendo por la libertad.