Notas

Sostener la Memoria por la Verdad y la Justicia

El fantasma del negacionismo: la apropiación política de un pasado reciente

Los dinosaurios volvieron a aparecer. Javier MIlei y Victoria Villarruel llevan las banderas del negacionismo. ¿Qué hacer frente a estas viejas narrativas que vuelven a instalarse? ¿Es necesaria una ley para poner un freno a la proliferación de estos discursos plagados de odio? ¿Y la libertad de expresión? ¿Qué alternativas quedan?

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Camila Marcovecchio - Agencia Comunica

3/10/2023

Cuarenta años pasaron desde la vuelta a la democracia, pero los dinosaurios volvieron a aparecer. Recientemente, los discursos negacionistas han tomado cada vez más fuerza dentro de los sectores conservadores y la derecha de nuestro país. Por cuatro décadas el “Nunca Más” se sostuvo por medio de un consenso amplio e invaluable, pero al parecer nada dura mucho tiempo.
El pasado domingo 1 de octubre se llevó a cabo el primer debate presidencial del año. El panorama es un poco confuso. ¿Patricia Bullrich? Titubeante, con grandes dificultades para explicar su proyecto económico, máxima expresión de la decadencia de la derecha tradicional de nuestro país. ¿Sergio Massa? Llama a la unidad, propone un proyecto de gobierno que integre radicales, peronistas, gente de JxC e incluso liberales. ¿Juan Schiaretti? Cordobés, crítico de la falta de federalismo en el país. ¿Myriam Bregman? Sólida, precisa, sin mucho que perder, pero necesaria para tirar el debate un poco hacia la izquierda. ¿Javier Milei? El mal personaje de la noche. Encarna la máxima expresión del conservadurismo. Y algo mucho peor, que venimos presenciando desde hace meses, lleva consigo la bandera del negacionismo y reivindica el terrorismo de Estado.
El “Homenaje a las víctimas del terrorismo” en la legislatura porteña, encabezado por Victoria Villarruel, fue solo el inicio, el pie que comenzó a reforzar e instalar institucionalmente las viejas narrativas negacionistas. Ya todos conocemos su protagonismo en la defensa de criminales de lesa humanidad. Como bien lo explican desde el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), un organismo creado en 1979 que promueve la protección de los derechos humanos, Villarruel es hija, sobrina e íntima amiga de los mayores genocidas de la última dictadura cívico-militar.
Sin escrúpulos, el presidente de los libertarios, de la mano de Villarruel, sostuvo un fuerte discurso negacionista, con argumentos idénticos a los del dictador Videla. No es novedad, los mismos dichos aberrantes de siempre: “No fueron 30.000 desaparecidos, sino 8.753” (como si con un cifra menor los actos cometidos bajo el terrorismo de Estado fueran más sensatos), “Las fuerzas del Estado Argentino cometieron excesos” (¿Excesos? El robo de bebés y de identidades, las desapariciones forzadas, las muertes, las violaciones y las torturas ¿Son solo excesos?), “Hubo una guerra” (la clásica teoría de los dos demonios) y “Los terroristas del ERP y Montoneros mataron, pusieron bombas y cometieron delitos de lesa humanidad. No estamos de acuerdo con el curro de los derechos humanos”. El candidato parece no comprender que los delitos de lesa humanidad son acciones sistemáticas cometidas por el Estado y no hace falta aclarar que los derechos humanos no son un curro, basta con mirar el reconocimiento internacional de nuestros país y nuestras organizaciones de DD.HH en esta materia.

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Los candidatos y candidatas a la Presidencia debatieron el último domingo.

Entonces, la novedad no son los discursos y las teorías aberrantes que Milei y Villarruel regurgitan a diestra y siniestra, lo es su institucionalidad. Antes eran palabras aisladas, ahora son acciones articuladas para afincar estos repudiables discursos plagados de odio, formalizados en instituciones públicas (la legislatura porteña y al aire por televisión abierta). Lo alarmante es que, además, generan un alto grado de representatividad dentro del sistema político y en la opinión pública.
Su relato es la condensación de un fantasma que hace tiempo recorre la Argentina: el fantasma del negacionismo. Es la organización de un discurso que no creíamos peligroso, que considerábamos parte de unos pocos personajes de nuestra nación, que resultaban, incluso, graciosos, que jugaban a ser Micky Vainilla. Tal vez nunca entendieron el tinte de humor irónico con el que Peter Capusotto construye a sus personajes.
La negación de la violencia, la tortura y las vejaciones cometidas por el estado durante la última dictadura cívico-militar, pretende librar de culpas a los represores responsables y desconocer a las víctimas del terrorismo de estado. Y algo más, detrás de esos discursos negacionistas, es preciso comprender que hay un proyecto político, tal como ha asegurado en varias ocasiones el sociólogo Daniel Feierstein. Uno que disputa la apropiación política de un pasado reciente, que pretende negar el pañuelo blanco, resignificar el pedido de memoria, verdad y justicia, demonizar la imagen de Estela, de Hebe, de Taty y de tantas otras más. Lejos queda aquel 24 de marzo del 2004, en el que Néstor Kirchner hizo descolgar los cuadros de Bignone y Videla.

¿Una ley?

Tal como señala Feierstein, es preciso comprender que la estructura de los discursos negacionistas tienen un fuerte componente paranoico y, a la par de las teorías conspirativas, ese componente es lo que logra mucha más escucha.
Los organismos de derechos humanos y varios especialistas y expertos en la temática se encuentran envueltos en un debate a raíz de la avanzada negacionista. ¿Es necesaria una ley para poner un freno a la proliferación de estas narrativas? ¿El derecho a la libertad de expresión se vería afectado? ¿Qué otra opción queda para hacerles frente?
Roberto Bugallo, abogado y docente, con larga experiencia en materia de derechos humanos, nos aproxima hacia una posible respuesta: “No estoy de acuerdo con que se dicte una ley que criminalice especialmente los discursos negacionistas. Creo que ya tenemos un código penal demasiado extenso y, además, porque fundamentalmente queda en manos de definir qué es un discurso negacionista y de sancionar actitudes qué, en el último de los casos, no configuran un hecho delictivo”.

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No es menor hacer un repaso de lo que ha sucedido a nivel internacional al respecto. Bugallo explica que Francia ha dictado una ley que penaliza a quien niega el holocausto. En la misma línea, Alemania ha sancionado determinadas normas con una penalización sobre quien niega determinados hechos que ocurrieron durante el régimen nazi. Señala que las penas son distintas y que van desde multas hasta prisión.
Sin embargo, sostiene que el límite es muy difuso. “Si voy a penalizar a alguien que mantiene, desde mi punto de vista, un discurso negacionista, debería tener cuidado, porque estoy muy cerca de los llamados delitos de opinión. Para esto hay algunos aspectos ya legislados como, por ejemplo, la apología al delito, que ya está en curso en el artículo 213 de nuestro código penal.”
“Incluir en una ley al negacionismo como delito no me parece lo más adecuado. Afectaría fundamentalmente el derecho de opinión y a la libertad de expresión. En el último de los casos, quienes sostienen teorías negacionistas, están incursionando en el terreno de una política determinada y para el Estado debería ser una obligación contrarrestarlas, de acuerdo con los criterios que se mantienen sobre la educación o de la información que van a acercar a la comunidad en relación con estos hechos atroces y aberrantes”, asegura el abogado. Y agrega que están a la mano de un sistema democrático la educación, el esclarecimiento de los hechos, películas, videos, libros, etc.
Para Bugallo, la solución puede darse por medio de discusiones políticas, sin llegar a la instancia de penalizar a quienes sostienen una teoría negacionista. “Creo que es un campo en el que no hay que retroceder, ni dejar de evidenciar que los hechos existieron”, finaliza.