Notas

Zum/ Educación y ruralidad

La Escuela Nº9 de Santa Luisa y el desafío de unir para aprender

El pequeño poblado presenta la particularidad de tener los tres niveles educativos, aspecto poco frecuente en el ámbito rural. Distintas características hacen de la institución un lugar donde el compartir da muestras de un vínculo que tiende a la unión en un lugar donde predominan las distancias y la lejanía.

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Estudiantes de la Escuela Primaria Nº9 se preparan
para saludar a la bandera. / AZ-FACSO

El mediodía otoñal se presenta cálido. 43 kilómetros separan a Santa Luisa de Olavarría, en esa pequeña comunidad rural se encuentran la Escuela Nº9 “Bernardino Rivadavia” y el Jardín Nº925. Localizar ambos lugares no es tarea difícil ya que al ingresar por el camino central del pueblo, se dobla a la derecha y tras unos metros se llega a ambas instituciones, que son vecinas. 34 son las instituciones educativas en la zona rural y serrana del partido de Olavarría, donde Santa Luisa se presenta como un caso atípico al poseer nivel inicial, primario y secundario. Se acerca la hora para que la campana indique el ingreso a las aulas. Hay algunos niños y niñas de entre 5 y 12 años como también un par de adolescentes que hacen el secundario en el anexo que hay en Santa Luisa de la Escuela Secundaria Nº3 de Loma Negra. Llegan las combis con estudiantes. Mientras tanto, algunas madres que acercan a sus hijos e hijas a la escuela comienzan a despedirse hasta la hora del regreso a casa. El sonido de la campana se prolonga en pleno campo. Los niños y niñas corren para formar la fila que saludará a la bandera. Comienza una nueva jornada educativa.

Aulas compartidas, mates y el ruido de los tractores

Ezequiel, de 6 años, es uno de los niños de primer año de primaria. Su inquietud, sus movimientos  y el constante diálogo con todo aquel que esté cerca sorprende. “Lo que más me gusta es pasar a la bandera y el recreo”, confiesa mientras busca su banco en el aula para pararse nuevamente y recorrer el espacio. El lugar es compartido por los 17 niños y niñas que asisten a 1º,2º y 3º año de nivel primario. El aula es muy grande, donde sobresale la cartelería hecha por los propios niños y niñas.  Allí dentro también están Manuel y Micaela, únicos estudiantes de 6º año que ayudan a los más chiquitos a hacer algunas actividades. “Somos compañeros desde 1º año y casi siempre hemos hecho todos los años nosotros dos. Tiene sus ventajas, por ejemplo a veces tenemos clases en la cocina o usamos un salón nosotros solos, más tranquilos”, cuenta Manuel, de 12 años, mientras prepara el mate. Sólo los más pequeños utilizan guardapolvo, por lo que Manuel y Micaela a simple vista parecen tener un poco más de edad.

La escuela está rodeada por un paisaje que deja entrever algunas ovejas y vacas comiendo el pasto reseco de los alrededores, mientras se escucha a lo lejos el ruido de un tractor. Los niños y niñas llevan todas sus prácticas cotidianas a la institución. “La mayoría aprende las letras, a pintar o dibujar por medio de animales rurales como los caballos, toros o vacas. Incluso en los juegos representan las prácticas del ámbito campestre, como montar caballos o jinetear. Comparten y se divierten todos juntos, la escuela es para ellos un lugar de encuentro”, relata Norma Burelli, directora y maestra de la Escuela Nº9.

En las dos primeras horas, los más pequeños trabajaran la diferencia entre papel, plástico y cartón, creando figuras a partir de esos elementos. La actividad grupal los encuentra alegres y todos quieren ver qué hace el compañero o compañera de al lado. Los varones son los más activos y participativos mientras que las nenas se muestran más tímidas y calladas. Caballos y robots los niños, barcos y autos las niñas, son algunas de las piezas que relucen con entusiasmo.

Saber compartir y disfrutar de los momentos

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Niñas del Jardín Nº925 en uno de
sus juegos preferidos. / AZ-FACSO

El Jardín Nº925 muestra la calidez que también presenta la escuela. La cantidad de niños y niñas se ve reducido a sólo siete asistentes. Todos están en el patio jugando. “Yo vengo en combi, el tobogán es mi juego preferido. Y lo que más me gusta es dibujar y pintar a mi caballo, ‘Pirata’” comenta Tiziano, de 5 años, mientras sube las escaleras de su juego predilecto. “A mí me encanta hamacarme y pintar con los colores celeste y amarillo”, cuenta Dalma, de 4 años, hermana de Ezequiel, quienes van todos los días a la escuela en compañía de su madre.

La hora de la merienda reúne en la cocina a todos los integrantes de la escuela primaria. Las tazas de leche son repartidas por las maestras, mientras Nelly, la portera y cocinera, prepara las tostadas. “Hace 48 años que trabajo en la Escuela, vivo en Santa Luisa y este lugar es parte mía. Yo acá vi pasar a incontables personas. Por más que me jubilaran vendría igual porque no podría hacer otra cosa” se confiesa llena de nostalgia Nelly, de 66 años, parte importante en la historia de la escuela.

El apuro de las niñas y niños es evidente. Quienes terminen sus tazas de leche podrán disfrutar del recreo. El patio de la escuela está cercado por un alambrado que lo separa del campo vecino. Las niñas juegan en las hamacas, sin ningún tipo de prisa, otras charlan en los bancos que están ubicados bajo la sombra de una planta. Los niños juegan a la mancha y corren sin parar y observan que los más grandes, junto a los estudiantes de la escuela secundaria, se van a una de las canchas de fútbol. “Tratamos de que los más grandes jueguen por su parte y los más chicos por otra, sobre todo porque pueden lastimarse. Siempre nos quedamos mirando porque son muy inquietos. Pero entienden que es por el bien de ellos”, explica Norma mientras cuida de los mas chiquitos. La campana marca el fin del recreo y el comienzo de un nuevo módulo.

El grupo formado por estudiantes 1º, 2º y 3º espera con ansiedad a Leonardo, el profesor de música. “Me gustan las clases de música aunque cantar no tanto, prefiero tocar el bombo o los platillos”, confiesa sonriendo Nahuel, de 9 años. El momento de trabajo los encuentra dibujando y pintando, es ahí cuando Leonardo comienza a tocar la guitarra mientras canta una canción. En ese momento, los niños y niñas hacen silencio y escuchan, respetando y disfrutando del momento. Culminada la actividad, es hora de organizar a la banda infantil de la escuela. Para los más pequeños hay chinchines, mientras un par de niños tocan el bombo y el resto se encarga de la parte vocal, acompañados por la guitarra de Leonardo. La participación es total y la alegría que les provoca formar esa banda parece liberarlos. “Para ellos el lugar de encuentro y socialización es la escuela. Se los hace sentir parte, se sienten contentos. Logran sentirse identificados, eso hace que cuiden la escuela, quieran a los maestros y se respeten entre ellos. Es un lugar de pertenencia”, destaca Graciela Calvo, inspectora de educación rural.

Faltan quince minutos para las 17hs, llega una de las dos combis que busca a los chicos y chicas. Es la señal de que se acerca el final de la jornada. Suena la antigua campana y de a poco todos vuelven a formar las filas para despedir a la bandera y retirarse hacia las estancias donde viven. El frío a esa hora se siente más, por eso las madres que van a buscar a sus hijos e hijas los esperan con grandes camperas para el regreso a casa. Antes de retirarse, todos saludan con un beso a las maestras. Las sonrisas dejan entrever la alegría de un día más compartido. Cada actividad, cada charla, la merienda y los juegos los unió a todos entre la inmensidad del campo. / AC-FACSO