Notas

Especial Monte Pelloni

Rubén Sampini: “Grosse era una de las primeras razones de mi miedo”

El testimonio de Sampini detalló aspectos centrales en el accionar y metodología de las fuerzas armadas. El desconocimiento de los límites, los miedos y las voces que pudo reconocer y aún perduran. 

Rubén Francisco Sampini se encontraba realizando el Servicio Militar Obligatorio en Olavarría cuando fue detenido.  Desde ese lugar narró todo su testimonio, ya que lo considera casi como un lugar de triste privilegio, desde el cual no sólo ofreció su visión de lo vivido como víctima-testigo, sino también que profundizó en detalles sobre la construcción ideológica y las representaciones  presentes al interior de las fuerzas armadas. El 22 de septiembre de 1977, alguien llamó a su puerta. Al abrir, una voz lo interpeló: “¿Sos vos Sampini?”. Pudo divisar algunas personas con pelucas, excepto “una persona de unos 40 o 50 años, de saco y corbata, bigote y pelo entrecano, al cual no volví a ver”. Escuchó también que mientras lo tenían contra la pared discurrían si se llevaban o no a su hermano. Al tener un vendaje precario, logró divisar, cuando lo llevaban al auto, “personas en los paredones y los techos, siluetas militares”. En el asiento trasero había otras personas, “creo que era Castelucci, un amigo de la infancia”. En el camino no habló nadie. En un momento paran. “Recuerdo que alguien le pregunta a otra persona algo sobre quién era yo, una confirmación”, señaló. Continuaron el viaje. Un desnivel de por medio le quedó presente como un instante previo antes de entrar a un lugar. “A veces, el cuerpo humano aguanta mucho”, piensa Sampini antes de relatar lo sufrido durante los interrogatorios tortuosos. “El alarido aturdía y molestaba al torturador, por eso nos ponían una almohada en la cabeza y nos decían: ‘cuando quieras decir algo, abrí y cerrá la mano’”.  

Primera noche en Monte Pelloni: “¿Sabes qué es esto?”

Esa misma noche, ocurrió una situación particular en la que cree reconocer la voz de Leites. “¿Sabes qué es esto?”, le dijo, mientras le introducía un caño de revolver en la boca. “Con esto te vamos a reventar”, le afirmó. Esa voz la pudo reconocer porque durante su instrucción en el servicio militar “las voces de mando son un eje importante. Yo conocía perfectamente las voces de todos los superiores”.  Fue en ese momento que pudo empezar a reconocer quiénes lo  habían secuestrado. “Comencé a ser tratado como traidor, estar bajo bandera por mi condición de estar instruido en el servicio militar”, indicó.

Leites escucha atentamente el testimonio de Rubén Sampini. Foto. Prensa FACSO

En Monte Pelloni “estaban Oscar Fernández, Castelucci, Genson, El Vasco, Araceli. A todos los conocía”, recordó Sampini antes de contar que “mi pared lindaba con la sala de tortura. Escuché un interrogatorio sobre el tema de la cárcel, mucho ‘traidor”. Reconoció que quién era destinatario de esa violencia era Alfredo Maccarini, quien recibió “el tratamiento más violento”.

Por el canto de los grillos, identificó que una tarde-noche fueron trasladados en un Unimog hacia “La Huerta” en Tandil. Méndez, Oscar Fernández y Pasucci iban en el camión. A la vuelta, en Monte Pelloni, caracterizó que los días de cautiverio eran más estables.

“No sabíamos cuál era el límite”

Desde su lugar como conscripto, Sampini relató con detalles las representaciones sobre el Terrorismo de Estado al interior de las fuerzas armadas.  “La oficialidad tenía una doctrina de guerra contra la subversión”, precisó.  Días antes de su detención, Sampini presenció una arenga muy nítida: “Si acá llega a haber un subversivo, no sale vivo”. Había manuales de la guerra de Argelía que se usaban para instrumentar la metodología. “Conocía el funcionamiento pero no los límites”, afirmó Sampini. 

Además recordó a algunas personas del cuartel, “que se movían en horas extrañas, fueras del horario de rutina, desde otras funciones”. Entre ellos, tiene muy presente a “el cabo Córdoba, un tipo pintón, de buena presencia, muchas veces vestido de civil, en presencia constante con el ‘Pájaro Ferreyra’, que era rubiecito, movedizo, activo”.  Sampini hizo un fuerte pronunciamiento para que se investigue a las fuerzas armadas en su totalidad, porque “todo colimba sabía quién era su jefe”, como así también era algo harto sabido que la camioneta Ford F-100 que entregó el cuerpo de Oscar Fernández era conocida como “La guerrillera”, que había adquirido ese nombre porque era la que buscaba a “los subversivos”.  También en el cuartel, se enteró que Lafitte, el chino Vargas y Hermida, fueron nombrados como presos políticos. Los tres se encontraban haciendo el Servicio Militar Obligatorio en Olavarría. Sampini hizo referencia a algunos rumores y comentarios que circulaban en el cuartel y que formaban parte del saber colectivo que había en el conjunto de las fuerzas armadas, ya que escuchaba por otros soldados que los detenidos “estaban hechos mierda”. El Sargento Baigorria, vecino de sus padres, solía ir a decirles que él estaba vivo. Es precisamente Baigorria, la persona que es nombrada en la anécdota que cuenta Sampini cuando le llevan un mate cocido y le dan pan, “seguramente era alguien que me conocía, mi suegra, que vivía en el mismo barrio, me dijo que podía llegar a ser él”. Por otra parte, cuando su familia fue al cuartel para preguntar por él, los soldados le respondían: “se sabe pero no te puedo decir dónde está”. 

El día anterior a su secuestro, Sampini se encontró con el subteniente Arias, quien le dijo:  “Sampini, ayer te fueron a buscar”.  Durante su formación, recordó al Teniente Puente, al Capitán Maidana , a Verdura y a su asistente Serrano (quién luego sería su defensor en el Consejo de Guerra en Tandil).  Su familiaridad con la cotidianeidad del ambiente militar, le permitió reconocer ciertos timbres de voz. “En Monte Pelloni hubo una situación en que alguien me habla en tono de confianza y me dice algo así como ‘en qué me había metido’. Y me doy cuenta que era el Cabo Primero Orellana”. Sobre Leites, recordó su “voz chillona que no se condecía con su físico grande”. De Grosse había oído mencionar que “él estaba con el tema de la guerrilla”. Desde ese momento, lo consideró “una de las primeras razones de mi miedo”.

Su hermano, Gustavo Eduardo. Foto Prensa FACSO

Entre otros elementos que veía de manera sospechosa, estaban un Fiat 1600 celeste y recordó verlo a Omar Ferreyra en un Fiat 1500, que también lo asocia al momento en que en Monte Pelloni se encendía el generador después de escuchar la llegada de un vehículo con ruidos de motores similares. Esos fueron los indicadores que intuía previos a las torturas.

La omnipresencia del Sr. Terror

Luego de su paso por Monte Pelloni, recordó estar sentado en pupitres escolares, esposado, “percibí los ruidos del cuartel”, señaló. Los habían llevado para firmar obligadamente una declaración que los inculpaba y que luego se utilizaría para la sentencia en el Consejo de Guerra en Tandil. “Estaba sentado en una silla y de repente sentí un fustazo ‘hermoso’ y alguien que empezó a insultarme y maltratarme. Para mí era la voz de Castignani, que le decían “el Chancho” porque siempre andaba con una fusta golpeándose las botas”.

Ya en el Consejo de Guerra fue blanqueado como detenido político para ser enviado a la unidad 9 de La Plata. Al cabo de unos días, fue trasladado, cree, en avión para Azul, por una causa de tenencia de armas. Estando allí, volvió a encontrarse con Pasucci y Osvaldo Fernández, quienes estaban en un pabellón. Primero entró un penitenciario y detrás de él Ignacio Verdura. “Quédese tranquilo”, le dijo, y se sentó a su lado. Se sacó la gorra y comenzó a darle una explicación del motivo de su accionar. “Buscaba justificarse de lo hecho.  Habló de obediencia debida, de respetar un mando, justificaba todo el tiempo su accionar. Y en última instancia, me decía que nosotros habíamos empezado primero”. Sobre la causa por tenencia de armas, Verdura sacó a relucir su omnipresencia del terror y el dueño del destino con una frase: “No te hagas problema por eso que no pasa nada”.

Rubén Sampini fue liberado finalmente en Rawson. Al finalizar su testimonio, dejó una reflexión interesante, una distinción que vale recuperar cuando afirma que “el imputado está ahora acá sentado al lado de una puerta abierta, nosotros estamos acá, pero Oscar ya no vuelve más”. Y recordó el dolor de la búsqueda de su familia y cómo eso afectó tanto a su hermana, quien se fue a vivir a Suiza hace más de 30 años, como así también a su padre, quien “hasta ayer era una persona, pero hoy que iba a declarar no pudo. Volver a pasar por todo esto lo volvió a afectar”, concluyó.

La familia de Sampini cerró los testimonios de la séptima jornada del juicio. La complicidad civil y de los medios de comunicación volvieron a hacerse presentes en sus declaraciones.

Su hermana, Elsa Alcira. Foto. Prensa FACSO

“Nos decían que los chicos no eran buenos para justificar su accionar”

Elsa Amanda Sampini, Elsa Alcira Sampini, y Gustavo Eduardo Sampini, eran madre hermana y hermano respectivamente. Los tres estaban presentes en el momento de su detención, el 22 de septiembre de 1977. Su madre contó que después de la detención de Rubén Sampini iban a verlo a Verdura cada dos o tres días pero “nos decía que no sabía nada”. Un día, les llega un comunicado en donde citaban a los familiares al cuartel. “Nos decían que los chicos no eran buenos, que nosotros no sabíamos lo que hacían fuera de nuestras casas”, expresó Elsa Amanda, quien le respondió a Verdura que sí sabía lo que hacía Rubén. Recordó además una situación que se repetía con frecuencia: “Una señora llamada Ana solía venir a casa a decirme que mi hijo estaba bien. Yo le preguntaba cómo lo sabía pero nunca me decía nada. Con el tiempo me enteré que su esposo vendía caballos de equitación y que se movía en el ambiente militar”.

Elsa Alcira, por su parte, narró que, desde la noche que lo llevaron a su hermano, con su madre lloraban mucho y se abrazaban. Los registros que brindó en su testimonio, reforzaron la noche del secuestro, ya que ella trabajaba como maestra rural de lunes a viernes y volvía los fines de semana. 

Por último, Gustavo Eduardo Sampini recordó que la noche del secuestro él volvía de la fiesta de la primavera. Tiene muy presente, como una imagen tatuada, “la cara de mi madre asustada diciendo: ‘Se lo llevan a tilín’”. Luego de esa noche, comenzó el vía crucis, como refirió su madre, o la etapa difícil para la familia, como especificó Gustavo: “Todo el tiempo la pregunta era ¿quién se llevó a nuestro hermano?”. Poco después se enteró de otros familiares que estaban pasando por la misma situación. Con los Ticera, Vinci, Ferrante y la familia de su compañera  formaron una red de información, “porque no nadie nos decía nada”. Recién al mes y medio, “los chicos aparecen”, cuenta Gustavo, quien ese mediodía estaba en su casa y por radio escuchó la noticia de que “un grupo de subversivos había sido desbaratado. Mencionaba que había un muerto y que después de la pausa iban a dar el listado de detenidos”.  El listado finalmente fue dado después de esa cínica pausa. “Fue una situación alegre y triste. Alegre porque mi hermano estaba vivo, pero era triste porque Oscar Fernández estaba muerto”. Gustavo, propició una reflexión sobre el rol de los medios, no sólo en la estigmatización y la condena social que buscaban fundar sobre las víctimas, sino también sobre los familiares de las mismas al instalar como latiguillos morales la idea de “¿Dónde están esos padres que no cuidan a sus hijos?”. Ese recuerdo, de estar bajo sospecha junto a su familia desde la voz social de los medios de comunicación le generó un quiebre emocional durante su testimonio.  Luego retomó las palabras y respondió: “Esos padres, mis padres, estaban educándonos, a mi hermano, a mí, antes de que ellos se lo llevaran”. Gustavo, sintetizó su reflexión: “La prensa, la radio, bombardeaba todo el tiempo con eso. Si hubieran hecho lo que debían, se hubiera sabido más”, indicó desde una posición crítica a la funcionalidad de los medios para con el Terrorismo de Estado.

Su madre, Elsa Amanda. Foto. Prensa FACSO

La familia pudo empezar a verlo a Sampini en febrero del 78, en la unidad 9 de La Plata. “Estaba demasiado flaco y con buen ánimo. Quizás para que no nos preocupáramos tanto”, detalló. Las visitas continuaron hasta 1982 en Rawson, cuando fue finalmente liberado. “En ese entonces, terminábamos de llegar a dedo con el frío de esas rutas porque no había colectivos hasta allá”, recordó su madre, como parte de la situación vivida. “Que Dios los ilumine a ustedes para que se haga justicia”, fueron las palabras que eligió Gustavo para el Tribunal, en un gesto que busco integrar las diversas cosmovisiones de creencias y que comparten una finalidad integral, el de la justicia social. / AC-FACSO