Notas

Especial Monte Pelloni

Eduardo Ferrante: “La persecución que recibimos tuvo sus coletazos en los primeros años de democracia”

Durante la octava audiencia del juicio brindaron sus testimonios de Eduardo Ferrante, Florencia Dáttoli, Juan Carlos Butera y Nora Castelucci. El contexto universitario, el accionar represivo en las detenciones y la importancia del acompañamiento.

Para la jornada del miércoles estaban previstos un total de ocho testigos, número que se vio reducido ya que la querella desistió de los testimonios de Mario Daniel Gubitosi y Alberto Vicente Hermida, mientras que Stella Maris Follini de Buché y Hugo Francisco Ivaldo no estaban disponibles para declarar por teleconferencia. El primer testimonio fue el de Eduardo José Ferrante, quien narró acerca del momento de su detención detallando además cuáles fueron los circuitos represivos en los que estuvo hasta diciembre de 1982 cuando fue liberado. Su cautiverio presentó la particularidad de no haber estado en el Centro Clandestino de Detención (CCD) Monte Pelloni.

Ferrante abrió su declaración explicando que fue militante de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) entre 1973 y 1975 cuando se encontraba en la escuela secundaria. A finales de 1975, su militancia se inclinó hacia la Juventud Peronista hasta el 16 de septiembre de 1977 cuando se entera “que algunos compañeros de militancia habían sido secuestrados esa madrugada, como Oscar y Osvaldo  Fernández y Mario Méndez”. Días después, el 22 de septiembre, se enteró que otro compañero, Carmelo Vinci, también había sido llevado por los militares. El 26 de septiembre es secuestrado en su casa por personal del Ejército y fue subido a un camión o jeep mientras su madre observaba la situación. “Me voy, no sé qué pasa…” alcanzó a decirle. 

Florencia Dáttoli prestando declaración.Foto: Prensa FACSO.

“Desde el 16 al 26 de septiembre pensé en irme varias veces, porque sabía que tarde o temprano me iban a secuestrar, porque había estado militando con estos compañeros” sostuvo e indicó que tras evaluarlo en repetidas oportunidades fueron dos las cuestiones que no se lo permitieron: “una es porque estaba preocupado por mi compañera, Florencia Dáttoli ya que la ponía en riesgo; y la otra era que mi papá era policía y tenía miedo que sufriera la represión” afirmó ante los jueces Falcone, Portela y Parra.

Fue llevado al CCD La Huerta en Tandil donde permaneció por un aproximadamente un mes y luego lo trasladaron a la Comisaría Primera de dicha localidad. “Siempre estuve solo... Me metieron en un catre y posteriormente alguien me interrogó”, recordó. Horas más tarde lo llevaron a un espacio dentro de la Comisaría en el que fue torturado con picana eléctrica acostado sobre el elástico metálico de una cama, atado de pies y manos, al mismo tiempo que era interrogado sobre sus relaciones. “Ahí vendado me hicieron firmar una declaración en mi contra”, detalló. Ese mismo día fue llevado, en la parte trasera de un vehículo, hasta la Unidad Penal N°7 de Azul y fue la primera vez que le retiraron la capucha que hacía más de un mes tenía en su cabeza. “Bueno flaco, se terminó todo. Ahora vas a estar más tranquilo”, le dijeron los agentes penitenciarios, que lo acompañaron hasta su celda, en la que pudo ver a Carlos Genson, compañero de trabajo en la empresa Cerro Negro.

“En Azul estaba incomunicado, sin noticias de los familiares y de manera indigna”, precisó. Recordó, además, que en un momento lo llevaron a una oficina en la que había gente vestida de traje: “Me dio la impresión que tenían que ver con la justicia”, y lo indagaron acerca de Eduardo Santellán, un compañero que militaba junto a él en la UES. Luego de su detención en el penal de Azul, lo trasladaron nuevamente a la Comisaría Primera de Tandil. “Fue la primera vez que estuve con mis compañeros detenidos, con Rubén Sampini por ejemplo. Fue la primera vez que pude hablar con alguien” indicó. Allí fue juzgado por un tribunal militar, denominado Consejo de Guerra. “Yo no era militar y fui juzgado por la justicia militar en tres días que se realizó el juicio y fui condenado” sostuvo. Durante el proceso se utilizó la declaración que firmó cuando fue torturado, como fundamento de su condena.

Finalizado el Consejo de Guerra fue trasladado a la Unidad Penal N°7 de Azul en la que estuvo aproximadamente dos meses, desde finales de diciembre de 1977 hasta febrero de 1978. En este período, no tuvo contacto con sus familiares, salvo un momento en el que recibió dos paquetes de galletitas y un atado de cigarrillos: “El paquete de galletitas tenía escrita una letra “F” en un lugar, por lo que supuse que era Florencia la que me lo enviaba”.

En febrero de 1978 fue llevado a la Unidad Penal N°9 de La Plata. Allí estuvo en el pabellón 13 junto a Roberto Pasucci, ambos se acompañaban mutuamente. En esta unidad comenzó a tener los primeros contactos con su novia Florencia y sus padres. Las visitas se dieron en forma continua pero se vieron interrumpidas cuando fue trasladado, en marzo de 1979, a la Unidad Penal N° 1 de Caseros. Las visitas eran únicamente para familiares, por lo que Florencia quedó al margen. Ocho meses le llevaron a Florencia las gestiones para poder casarse con Eduardo dentro del penal. Y lo logró. El 26 de febrero de 1980 se casaron por civil y por iglesia ante un juez de paz y un cura de una iglesia cercana a la penitenciaría.

Las condiciones en el penal de Caseros eran inhóspitas y muchos familiares de los allí detenidos realizaron diversas denuncias ante organismos de Derechos Humanos que tuvieron efecto. A raíz de éstas, fueron trasladados a la Unidad N°9 de La Plata y ese fue el último lugar de detención. “El 24 de diciembre de 1982 nos liberaron y fuimos a la casa de un familiar de Carmelo Vinci en Buenos Aires”. Allí les dieron algo de dinero para tomar el tren de regreso a Olavarría.

En Olavarría consiguió trabajo en una empresa vial como Técnico Electromecánico y al poco tiempo se presentó para cubrir un puesto en el ferrocarril. El puesto era suyo pero durante la entrevista de trabajo comentó que fue detenido durante el proceso militar y “eso bastó para que no me llamaran más”.

Narró otra situación que vivió cuando trabajaba como contratista de una empresa en Loma Negra. Con la recuperación de la democracia la actividad sindical había vuelto y muchos de sus compañeros lo eligieron como delegado gremial, algo que no aceptó “porque venía de una experiencia dura”. Esto le jugó en contra, los miembros del gremio lo denunciaron ante la patronal y sus empleadores lo llamaron diciendo que en el gremio “no querían gente que había estado en la joda”, por lo que lo despidieron y lo indemnizaron. “El gremio era la UOCRA y ellos me dejaron en esa situación”, precisó. Ferrante indicó que tanto lo sucedido en el ferrocarril como lo ocurrido con el gremio fueron consecuencias, en democracia, de la persecución que tuvieron durante la dictadura.

Finalizado su testimonio las partes hicieron preguntas específicas con el objetivo de ampliar cuestiones de la declaración que quedaron inconclusas. La defensa de Horacio Leites, encabezada por los doctores Mercado y Castaño cuestionaron el testimonio ya que la víctima no había estado en Monte Pelloni a lo que el presidente del tribunal sostuvo que tiene relación por la imputación al Coronel (R) Ignacio Aníbal Verdura, jefe de la zona.

Eduardo junto a uno de sus hijos escucha el testimonio de su esposa Florencia Dáttoli. Foto: Prensa FACSO.

Florencia Dáttoli de Ferrante: “La soledad era inmensa, venía acompañada de miedo y no sabía a dónde recurrir”

La esposa de Ferrante narró cómo fue su vida durante el cautiverio y detención de su marido. Recordó que el 26 de septiembre llamó a la casa de su novio y que la madre le dijo que había sido secuestrado por los militares. Inmediatamente fue a la Comisaría Primera y la recibió el comisario Balquinta, quien se negó a tomarle la denuncia y le recomendó: “si me decís en qué andan lo podes ayudar a Eduardo”. Le mostraron un libro con nombres y apellidos, y le preguntaban si conocía a esas personas.

Florencia estudiaba en la Facultad de Ingeniería de la UNICEN y militaba en la Juventud Universitaria Peronista (JUP), de la que muchos militantes ya habían sido detenidos. “Mi madre dormía en un sillón del living esperando que me vengan a buscar. La soledad era inmensa, venía acompañada de miedo y no sabía a dónde recurrir”, afirmó, al mismo tiempo que sostuvo que no se animó a ir a averiguar al regimiento.

La búsqueda se inició en compañía de los familiares de los restantes desaparecidos: Maccarini, Vinci y los hermanos Fernández. Recobró las esperanzas cuando salió una nota en el diario local sobre la detención de ‘subversivos’ en la que aparecía el nombre de Eduardo. Recordó que en dos oportunidades recibió en su domicilio a un hombre que, en la primera ocasión, “venía a hablar en nombre de Eduardo”. El mensaje era que su novio ‘la pasaba bien’, que estaba cerca y que tenía que decirle en qué andaban y con quién. En la segunda ocasión le fue a preguntar sobre Mónica Fernández, una compañera suya de estudios que militaba en la JUP y que fue detenida posteriormente, el 7 de enero. “A ese hombre lo conocía porque era inspector de la empresa de transportes Tuccio, de apellido Gómez” declaró.

Cuando se enteró que Eduardo estaba detenido en Azul estableció contacto con el cura de la unidad, quien hizo de nexo entre ella y su novio. En una oportunidad le acercó un paquete de galletitas y cigarrillos. Sorpresivamente, durante una visita a Azul, se enteró que los habían trasladado a La Plata. Allí no pudo ingresar a verlo ya que no estaban en concubinato. Realizó las gestiones y consiguió el certificado que acreditaba el vínculo para poder verlo. “Fue la primera vez que pude verlo, estaba muy flaco”, detalló.

Lo mismo sucedió tiempo después, en una visita en el penal de Azul, en la que le notificaron que Eduardo no estaba más allí sino que estaba detenido en Caseros. “Cuando voy a verlo me dicen que no puedo entrar porque no estoy casada con él”, declaró. En ese momento, buscó por todos los medios la manera para poder casarse. “Fue una recorrida muy larga, por diferentes organismos. Fueron 8 meses hasta que me entero que estaba la aceptación para casarnos”, señaló. Pidió la autorización para entrar y la dejaron. Automáticamente le preguntó si quería casarse, él aceptó y el 26 de septiembre de 1980 se casaron. “A partir de allí comencé a visitarlo una vez por semana” detalló.

Para esa época, Florencia estaba recibida y comenzó a trabajar en la Facultad de Ingeniería como ayudante de cátedra. “La secretaría académica me sugirió renunciar porque se me aplicaría la ley de prescindibilidad, algo a lo que no hice caso. En otro momento, al jefe de cátedra le fue ‘recomendado’ que también me hiciera renunciar” recordó.

También narró una experiencia sucedida el 22 de diciembre de 1982. Ella tenía un Fiat 600 que estacionaba afuera de su vivienda. Esa mañana se levantó para ir a trabajar y el auto no estaba. Fue con su hermana a realizar la denuncia y no se la tomaron, el oficial le dijo, “mirá que vas a denunciar eso, es una pavada, andáte, dejáte de joder”. Al llegar a su casa le avisan que desde el decanato de la Facultad de Ingeniería se veía, detrás de la fábrica SCAC, un auto incendiado que podría ser el de ella. “Esa noche vino un fotógrafo a mi casa y me trajo las fotos quemadas del auto. No puedo decir quién era”, afirmó Dattoli.     

Eduardo acompañado de su familia al finalizar su declaración. Foto: Prensa FACSO.

El 23 de diciembre fue con su suegro al cuartel ya que allí “tenía que haber un responsable”. La atendió el jefe, quien cree que era Estirle. “Me preguntó por qué iba y le dije que él era el responsable de la seguridad de la zona. Pero en el cuartel no tenían idea del hecho” puntualizó. El final de su testimonio describió el 25 de diciembre del 82 cuando finalmente llegó Eduardo Ferrante junto a sus compañeros en el tren. A partir de allí el miedo empezó a ceder y comenzó la reconstrucción de las roturas de lazos familiares y amistades que había que recomponer. “Pudimos rehacer nuestra vida y hoy la disfrutamos”, concluyó Dattoli. /AC-FACSO