Notas
Nota de opinión

Lo que las cámaras ven, lo que las cámaras muestran

 

Por Paula Bottino, licenciada en Comunicación Social (Universidad Nacional de Entre Ríos), periodista de Radio Olavarría.

 

Vivimos en una sociedad donde lo más importante es “sentirnos” seguros. En primer lugar, de que nada ocurrirá, y que si ocurriese, tendremos las tecnologías precisas para defendernos de ello y repeler la amenaza. En segundo lugar, en nuestra tranquilidad de sabernos aislados, separados del resto, sin posibilidad de confundirnos.

En este marco subjetivo, donde el miedo al otro se ha vuelto algo cotidiano y además trascendente, individual pero también colectivo, orgánico y arquitectónico, han surgido numerosos dispositivos para que ese aislamiento que necesitamos se concrete. Para que la seguridad sea una realidad. Para que la conquista de la certeza que nada nos ocurrirá sea nuestra. Y así, pueda ser, casi, sin más, un programa de gobierno.

Uno de esos dispositivos destinados a aportar seguridad a los sujetos devenidos en ciudadanos que reclaman medidas de mitigación de sus miedos es, sin dudas, la cámara de video que se instala en el espacio público de las ciudades. Llega y se acomoda, triunfal, con el objetivo declarado de aportar datos para esclarecer delitos, de ayudar en la prevención, de generar información que pueda ser de interés o elemento de prueba para la justicia o la policía. Un dispositivo de “control” en manos del Estado en sus distintas versiones (funcionarios de un ejecutivo, jueces, fiscales, policías).

Las cámaras registran las acciones de los ciudadanos del ágora. Y en ese sentido igualan: registran a cualesquiera de los ciudadanos que circulan, cualesquiera sean las acciones que entran bajo su ángulo de mira. Son un testimonio continuo de sus vidas y vicisitudes.

¿Cómo llegamos a ese punto de nuestra historia como comunidades en el que el registro de los acontecimientos nos resulte más importante que la preservación de ciertos actos o conductas que pueden considerarse privados o hasta íntimos?

¿Cuáles son las ventajas objetivas que nos brinda la red de cámaras de video en términos de resolución de conflictos, enfrentamiento de intereses o prevención de los mismos? Y además, ¿hay números que lo demuestren, hay “estadísticas” que sostengan que esta tecnología de control y omnipresencia pueda darnos seguridad?

¿Estamos “seguros”, y vaya el término, de que esa red de cámaras de video monitoreadas nos protege más de lo que nos expone, nos cuida más que lo que nos vigila, nos blinda más que nos aísla, nos “une en la lucha contra el delito”* más que nos separa?

El asombro aún persiste luego de leer una reciente declaración periodística sobre la importancia de controlar/observar/detectar quiénes son las personas que entran a la ciudad. ¿Es verdaderamente trascendente este dato? ¿Por qué? ¿Acaso los que ya entramos alguna vez o nunca salimos hemos dado muestras de un cabal comportamiento ante las leyes vigentes? ¿No hemos violado jamás esa confianza que nos tenían tan solo por estar ya “adentro”**?

Es cierto que las sociedades desiguales generan conflictos, tensiones y rupturas de difícil resolución. Es cierto que las libertades de antaño (“dormir con la puerta sin llave” o “dejar la bici sin candado”) quedan como una anécdota y no menos cierto que la renuncia a esas libertades ha reconfigurado nuestras mentes, nuestros cuerpos y nuestras formas de socializarnos.

Sin embargo, no parece ser el camino para la conquista de nuevas libertades el hecho de que día y noche, de lunes a lunes, en la autopista y en el centro, en los accesos urbanos y en los edificios públicos, un gran ojo cuya mirada no nos es posible conocer, nos contemple sin chance de sueño o modorra y se convierta en un árbitro cuyos veredictos pocos conocen y utilizan.

 

* Nótese además que “el delito” constituye una expresión amplia y vaga que deja afuera un conjunto de acciones delictivas que no son cometidas en la esfera pública o cuya “comisión” no siempre puede retratarse o expresarse mediante imágenes.

** Aquí es de resaltar una notable preocupación urbana sobre las personas o “grupos” que provienen de otros puntos del país, en general, “el conurbano bonaerense” con intenciones de “instalarse” y también, en muchas ocasiones “cometer delitos” que las personas “nacidas y criadas” no cometen.