Notas
Ciencia y sociedad

Conicet en tiempos de ajuste

Tres jóvenes investigadores explican el funcionamiento, las proyecciones y la importancia de Conicet no sólo para sus trayectorias sino también para pensar en las implicancias del sistema de Ciencia y Tecnología en la construcción de políticas públicas más justas y equitativas.

 

El Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) es un organismo, creado en 1958 por el Decreto Ley Nº 1291, que nuclea a miles de investigadores nacionales. Bernardo Houssay, científico y premio Nobel de Medicina, fue presidente vitalicio hasta 1971. La idea de diseñar un programa de becas para formar investigadores tenía como objetivo empezar a sistematizar la investigación en las universidades. Recién en 1973, antes de la asunción del gobierno de Cámpora, se sancionó la Ley que aprobó el nuevo estatuto para las carreras de investigador científico y del personal de apoyo (el cual perdura hasta la actualidad). “Conicet es una institución de referencia en el país y espero que así lo sea en investigación. Es un lugar de pertenencia en el sentido de que uno pone sus objetivos y su proyección ahí”, afirma Gastón Barreto, 35 años, investigador asistente de Conicet, profesor de la Facultad de Ingeniería de Olavarría y secretario de Extensión y Transferencia de dicha institución.

“Es el principal organismo de Ciencia y Tecnología tanto por la cantidad de investigadores como por la calidad de los trabajos científicos que genera, lo que le otorga un prestigio a nivel internacional. Con casi 60 años y más de 20 mil empleados es uno de los organismos estatales centralizados más grandes del país”, define Nahuel Martínez, 30 años, licenciado en Física y becario doctoral de Conicet. “Es una institución de Argentina y tiene los vaivenes de sus gestiones políticas. Lo que está pasando, y ha pasado siempre, es que las decisiones que se toman en Ciencia y Tecnología, en función del presupuesto, de financiamiento en investigación, están supeditadas a las cabezas políticas y esas cabezas cada cuatro años, o lo que sea, migran totalmente. En ese migrar dejan el tendal de sueños de todos los investigadores del país”, reflexiona Barreto. “Eso está ligado a lo que son políticas de Estado y tiene que ver en cómo se expresan esas decisiones. Yo me encontraba con profesores que me decían ‘era becario de Conicet en los 90 y me pagaban el equivalente de lo que hoy son $1000 por mes, no podía vivir con eso’. Yo agarré una etapa en la que se dio el mayor impulso a todo lo que era investigación”, explica Griselda Lemiez, 35 años y doctora en Historia por la Facultad de Ciencias Humanas de la UNICEN.

Ciencia y política de Estado

Conicet, como toda institución pública y estatal, estuvo afectada por las premisas y las formas de comprender el lugar de la ciencia por parte de cada gobierno. En épocas de dictadura, la malversación de fondos, la corrupción y la desvinculación con las universidades fue notoria. Con la vuelta de la democracia pueden señalarse tres momentos claves con diversos matices: el gobierno de Alfonsín, a partir de 1983, que tuvo como una de sus propuestas volver a generar la vinculación con las universidades. En 1989, con Menem al poder, comenzó un fuerte proceso de privatización y achicamiento del Estado a partir del recorte de fondos públicos. Eso produjo una idea que parecía haberse disipado y que hoy vuelve a resonar: “fuga de cerebros”, etapa en la cual cientos de jóvenes investigadores debían irse al exterior ya que el Estado no garantizaba las condiciones mínimas vulnerando sus derechos como trabajadores estatales. El tercer momento fue la asunción de Néstor Kirchner. En 2003 había apenas 3.500 investigadores (de 2.000 que existían en la época de Alfonsín). La novedad fue pensar en la vinculación de la ciencia en relación a un proyecto de país industrial. Para que los sectores vinculados a la industria pudieran regenerarse era indispensable la reconstrucción del campo científico y tecnológico.

La operación no sólo fue técnica y presupuestaria sino que implicó, además, una disputa simbólica con la herencia que importaba sistemáticamente el neoliberalismo (vale recordar la frase de Cavallo a una científica del Conicet ordenándole ir a “lavar los platos”). Muchos de esos científicos eran del campo de las ciencias sociales, aquellos que con su producción de conocimientos podían participar en la creación y el diseño de políticas públicas para generar una coherencia entre el modelo de país que estaba empezando a gestarse y el cual iba a requerir de grandes esfuerzos intelectuales, culturales y científicos.

Argentina Innovadora ¿2020?

Para llevar adelante la idea de un país inclusivo vinculado al desarrollo de la ciencia se creó en 2007 el Ministerio de Ciencia y Técnica, presidido por Lino Barañao como Ministro y Alejandro Ceccatto como encargado de sus secretarías. A medida que el ingreso a carrera de investigadores aumentaba, en 2013 Barañao y Ceccatto hicieron público el “Plan Argentina Innovadora 2020”. Desde su nombre se podía apreciar el objetivo del mismo. “Este plan estableció un gran número de pautas para el desarrollo de la investigación, entre ellas la de sostener un crecimiento anual del 10% en la cantidad de ingresos a la Carrera de Investigador Científico del Conicet hasta el año 2020. El número elegido se basó en el análisis de la relación entre el total de investigadores y la Población Económicamente Activa necesaria para hacer viable el desarrollo de la Argentina, en un contexto mundial donde la investigación es cada vez más necesaria al fin de hacer un uso eficiente de recursos”, explica Martínez.

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Del dicho al hecho

Lejos quedaron, en la actualidad, las promesas de campaña de alcanzar el 1,5 % de inversión en ciencia. El presupuesto nacional para Ciencia y Técnica aprobado por el congreso para 2017 cayó un 18% en referencia al presupuesto de 2016. Mientras, el contexto en que este presupuesto emerge refleja inflación, despidos, aumento en servicios, quita de subsidios. Pero lo paradójico es que quienes hicieron público los argumentos que sostienen este recorte son Barañao y Ceccatto (ahora presidiendo Conicet). Ambos expresaron que es impensable que un país sostenga esos números de ingresos a carrera en investigación cuando aumentan los índices de pobreza. “En este momento siento algo de incertidumbre. Lo que era una cierta continuidad en los programas de Ciencia y Tecnología con las acciones que se están viendo no parece ser así. Uno puede discutir la metodología, las líneas de interés, las proyecciones del plan Argentina Innovadora 2020. Pero lo que no puede discutir es que en definitiva se llevó a cabo una discusión, que se implementaron y se pusieron a disposición recursos para generar más infraestructura, más programas”, reflexiona Barreto.

Investigar es trabajar

“Yo lo lamento mucho… Pensar que durante tiempo hubo un Estado que invirtió en tu formación para que en algún momento, como en mi caso y todos los que estamos en esta situación, puedan devolver eso. Si el Estado invirtió ocho años para que investigues y te formes, ¿Cómo puede ser que de un día para el otro te bajen del sistema y te quedes viendo de qué podes vivir?”, resume Lemiez. Son muchas líneas de investigación que van cayendo como en un efecto dominó que sirven para generar nuevas investigaciones y seguir profundizando temáticas que tienen como objetivo ser insumo de políticas públicas. “La gravedad va más allá de la situación individual de los especialistas sino que se ponen en riesgo todos los avances logrados hasta ahora, ya que los proyectos de investigación en curso dependen en gran medida de los recursos humanos disponibles para realizarlos y de continuar este camino se verán truncados. De no revertirse la situación tendremos menos personas a las que consultarles ante problemas de salud, menos recursos disponibles para mejorar procesos productivos, menos especialistas para consultar ante la implementación de políticas públicas. En fin, menos ciencia”, puntualiza Martínez.

Allí parece evidenciarse lo que se pretende recortar al dejar sin trabajo a más de 500 investigadores: de los 900 recomendados sólo hay fondos para financiar el ingreso de 400 (detrás de los 500 hay más de 9.000 becarios que en algún momento pensaron su proyección en este organismo). Estas líneas de investigación que empezarían a caer son como las que en algún momento Lemiez empezó a investigar: las relaciones laborales en la industria del cemento en Olavarría. Dentro de ese campo temático abordó la cuestión de la silicosis. “Trate de ver cómo en un informe realizado en 1950 por los empresarios del cemento Portland se desmentía la posibilidad de que los trabajadores (encerrados, inhalando polvo de cemento) contrajeran esa enfermedad. Después retomo en el contexto del 70 donde emerge la figura de Carlos Moreno exigiendo conocer lo que pasaba y defendiendo a los trabajadores”, sintetiza Lemiez, reafirmando la importancia de las implicancias que tienen las investigaciones.

Esta historia continuará

La mesa de seguimiento fue el acuerdo al que se llegó en enero cuando los investigadores de Ciencia y Técnica tomaron las instalaciones del Ministerio de Educación tras ser notificados del recorte. Luego de varios días de tensión se acordó una propuesta: a los 500 investigadores que no ingresaron a carrera se les extendió por un año la beca mientras buscan una universidad para llevar adelante sus trabajos. Lemiez, a pesar de haber tenido un dictamen favorable, no obtuvo el ingreso a carrera luego de haberse formado durante ocho años, en los cuales tuvo la posibilidad de viajar a España a realizar estadías de investigación con su beca de posgrado. Allí no le creían que el Estado le pagara para investigar, trabajar y hacer un doctorado en una universidad pública. ”No te pueden creer porque en España, ¿Quién lo puede hacer? Es carísimo. A eso uno lo aprende a valorar”, expresa. Actualmente espera el resultado de una beca que brinda la UNICEN cuando un investigador no accede a carrera y busca trabajar en docencia. “Estuve ocho años formándome para hoy estar viendo de qué podemos vivir porque estamos sin trabajo. Es muy fuerte”, sintetiza.

“La gente que se está formando ahora y no tiene un anclaje firme va a tener que pelearla mucho. Es un compromiso, todos nos tenemos que hacer cargo de lo que está pasando”, reflexiona Barreto. En UNICEN, desde hace algunos años, varios científicos se reúnen para debatir sobre la importancia de continuar con el apoyo estatal para el crecimiento del sistema científico. Desde la organización Jóvenes Científicos UNICEN, que nuclea a los becarios de la universidad y a quienes comienzan su carrera de investigación, reclaman una serie de problemas: la precariedad laboral, la no representación en el cogobierno de la UNICEN, la falta de normas claras que los protejan, entre otros. “Con docentes e investigadores de toda la universidad estamos organizando una feria de ciencias para Semana Santa donde mostrar parte de nuestros temas de investigación y difundir el problema a la comunidad. Es necesario que nos involucremos para que el gobierno revierta la decisión de achicar la inversión en algo tan estratégico para el desarrollo nacional como lo es la ciencia y la tecnología. Después de todo, eso habían prometido en campaña y vamos a recordárselo hasta que lo cumplan”, concluye Martínez. La ciencia, en particular, y el sistema educativo, en general, comenzaron el 2017 con fuertes preocupaciones. Los docentes toman la calle reclamando paritarias nacionales, apelando al histórico método de paro. En Conicet se abrió una tregua de negociaciones pero la incertidumbre ante el recorte presupuestario se mantiene. Las acciones del gobierno nacional y algunos discursos dejan entrever que, más que ofrecer soluciones, se pone en marcha una campaña de desprestigio para con las instituciones públicas vinculadas a la Educación, Ciencia y Tecnología. Mientras, las calles y las plazas del país comienzan a ser ocupadas./AC-FACSO