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Inclusión social

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Un comedor y una escuela rural de Azul enfrentan distintos retos y adversidades. Cómo se orientan y generan espacios de inclusión y aprendizaje para niños, niñas y adolescentes aún en contextos adversos.

 

Por Eliseo Díaz

Son las 9 de la mañana del sábado. Se escuchan gritos y risas detrás de una puerta verde de doble hoja. El comedor Juan Pablo II está a punto de abrir para decenas de niños y niñas con el objetivo de divertirse, pasar el rato con amigos y aprender. Pero a ello hay que sumar lo más importante: tener la posibilidad de alimentarse. Empiezan a pasar corriendo por un pasillo hasta la sala comedor y juegan, mientras en la cocina preparan un desayuno para los tempraneros. A las 11 algunos pasan de puntas de pie, sin hacer ruido para que no los reten por llegar tarde. Desde la cocina llega un rico olor a pollo con arroz. Con un fuerte grito que viene desde adelante se escucha “¡a comer!”, salen corriendo y se sientan en sus bancos de colores pero sin dejar de moverse.

A la misma hora, la directora de la escuela rural N°41 del Paraje las Rosas le está mandando mensajes a sus ocho alumnos con la tarea. ¿Por qué un sábado? Porque hace más de diez días que no pueden acceder a la escuela por las lluvias. El dia anterior quisieron entrar y se encajaron pero no se acepta bajo ningún punto de vista que los chicos pierdan los contenidos. Paradójicamente, la directora y las maestras tienen que hacer uso de las tecnologías modernas para combatir con problemáticas ya muy antiguas. Y esta escuela no es un caso apartado, es solo un ejemplo de lo que tienen que afrontar estas instituciones para que sus alumnos accedan a los mismos beneficios y derechos que todos.

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El comedor Juan Pablo II del barrio San Francisco de Azul se encuentra en funcionamiento dentro del predio de la iglesia del barrio desde 2010. El proyecto comenzó con la idea de generar espacios de divertimento para los chicos y chicas de la zona los fines de semana pero terminó como un lugar en el cual se les da de comer a más de 35 niñas y niños todos los sábados. “Cuando empezamos nos dimos cuenta que había una necesidad más allá de la diversión”, dijo Paula Vivas, integrante del comedor. Al ser evidente las necesidades del barrio, se puso en funcionamiento. “Vos no queres que haya un comedor, queres que eso esté en cada casa”, reflexionó. Creer que en estos lugares sólo se da alimento es negar una parte importante de su labor. Muchos de los que concurren, los más chicos sobre todo, no sabían sus nombres completos o la dirección en las cuales viven. “A los nenes les preguntabas ‘cómo te llamas’ y te respondían con el apodo. O ‘donde vivís’ y te contestaban ‘En el San Francisco… Aguante el sanfra’”, detalló Vivas.

Fabiana Barbieri es directora y maestra en la Escuela N°41 del Paraje las Rosas, ubicada en el Cuartel 12 al límite con los partidos de Rauch y Tandil. La escuela actualmente posee ocho estudiantes, repartidos desde 1° a 6° año. La dificultad que poseen estos chicos y chicas es que por el lugar en el que viven, se les hace imposible concurrir a escuelas dentro del casco urbano de la ciudad. “Hacen varios kilómetros para poder llegar y ven en la escuela un lugar de encuentro”, contó Barbieri. Los resultados para quienes concurren y concurrieron son varios pero según la directora se puede hacer un balance positivo. Tienen egresados que se dedicaron a los trabajos de sus familias y otros que actualmente se encuentran en la universidad.

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La Escuela N°41 no posee luz eléctrica, tienen gas a tubo y no tienen agua potable. “No es lo ideal pero es la realidad”, expresó Barbieri. En el comedor Juan Pablo II realizan rifas para sostener las boletas de gas ($6000) y de luz ($1400). Estas dificultades desalientan y no se generan las comodidades necesarias para cumplir plenamente con sus objetivos. Tanto en la escuela rural como en el comedor, el apoyo de la gente es fundamental. Y la sonrisa de los chicos y chicas termina siendo el motor que impulsa sus acciones. “Son ellos los que no nos dejan aflojar, nos dicen ‘métanle para adelante y no bajen los brazos’”, enfatizó Paula Vivas.

Las dificultades para el comedor se presentan principalmente porque no reciben apoyo económico de ninguna entidad, ni privada ni pública. Mediante donaciones de comida de diferentes personas logran todos los sábados ponerle la comida en el plato a los chicos. “Es trabajar a pulmón sabado a sabado, acá no hay plata ni sustento.... Políticamente no recibimos nada”, aclaró Vivas.

En el caso de la escuela rural, la lejanía a la ciudad y los medios de acceso se presentan como el mayor problema a afrontar. Por más de diez días los directivos y docentes no pueden acceder por el estado de los caminos. La falta de mantenimiento y control, sumado a la falta de interés por mejorar la comodidad de los chicos y chicas que concurren a establecimientos rurales generó esta situación. “En esos casos lo que hacemos es mandar la tarea a los chicos por mensaje… Buscamos que no pierdan el ritmo”, explicó la directora.

Existen sectores que se encuentran fuera de muchos aspectos del sistema que en principio se plantean necesarios, por ejemplo la educación y la alimentación. En espacios así se logra, o en principio se intenta, solucionar las adversidades que generan una dificultad a la hora de que todos podamos recorrer un camino en igualdad de condiciones. De esta manera, el esfuerzo y trabajo está orientado a reparar una desigualdad social./ AC-FACSO